
"Nuestros oficiales y nuestros soldados lo saben ya todo sobre la ‘muerte’. Me desagrada acabar mi vida aquí, combatiendo a los Estados Unidos de América, pero quiero defender esta isla el mayor tiempo posible y retrasar las incursiones aéreas sobre Tokio. ¡Ah!, tú has sido largo tiempo una buena esposa para mí y una excelente madre para mis tres hijos. Tu vida será más dura y precaria. Cuida tu salud y vive largo tiempo. Tampoco el futuro de nuestros hijos será fácil. Te ruego que te cuides de ellos después de mi muerte."
El primero de los textos que cito, fue escrito por el general chino Wu Ch’i, que vivió a caballo entre el siglo V y el IV a.C. El segundo párrafo es un extracto de una de las muchas cartas que el general Tadamachi Kuribayashi envió a su esposa Yoko desde la isla de Iwo Jima. Los dos textos creo que sirven para entender algo de la filosofía oriental acerca de la vida y, especialmente, de la muerte.
Precisamente son las cartas que los soldados del ya declinante Imperio del Sol Naciente, enviaron desde las rocas de Iwo Jima lo que da título a la última película dirigida por Clint Eastwood, y continuación de Banderas de nuestros padres, en la que contaba la conquista de la isla desde el punto de vista de los soldados norteamericanos.
En este caso el realizador da la voz a los soldados japoneses, articulada alrededor de una historia que va de menos a más, en la que rompe el tópico del fanatismo de los soldados japoneses a la hora de combatir, y cuya máxima expresión serían los kamikazes, ya que aprovecha para mostrarnos a unos soldados, que al igual que sus enemigos, son seres humanos que tienen miedo y que quieren seguir luchando por la vida, aunque saben que lo más probable es que de Iwo Jima ninguno lograría volver a casa. Esa certeza hace que muchos recurran al suicidio, algo que forma parte de una idiosincrasia muy alejada de nuestros parámetros racionalistas.
La guerra consigue sacar lo mejor y lo peor que los seres humanos llevamos dentro, y eso también nos le enseña Eastwood, quien también se aleja del tópico del valeroso soldado yanky, generoso en la victoria que nos han transmitido tantas y tantas películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial. Aquí, como en La delgada línea roja los norteamericanos también son capaces de matar a sangre fría y de forma totalmente innecesaria.
En definitiva, una buena película, para mi gusto con un exceso de sensiblería en determinados momentos y con una banda sonora fallida, pero también con escenas realmente conmovedoras como aquella en la que un grupo de soldados japoneses escuchan como su comandante les lee la carta que una madre había enviado a su hijo, enrolado en los marines, y muerto a pesar de las atenciones que le dan los que se supone que son sus enemigos. Para todos era como si aquella carta se la hubiera escrito su propia madre.
Al final, los muertos son muertos y los heridos, heridos sin importar el color del uniforme y el sufrimiento y los deseos de volver a casa son comunes para todos, en eso no hay diferencias.