miércoles, 22 de septiembre de 2010

Bruno Gironcoli (Villach, Carintia, Austria, 1936; Viena, Austria, 2010)


Probablemente cuando completó su formación como orfebre en la Academia de Artes Aplicadas, todavía no era capaz de saber la importancia que iba a tener su figura dentro del panorama escultórico, en el que llegó a ser una de las figuras de referencias del siglo XX y con proyección en el XXI.

El momento clave en su carrera artística fue el año 1960, en el que se desplaza a París para estudiar con detalle la pintura de los impresionistas a los que había conocido a través de algunas colecciones existentes en su país. En la capital francesa, descubrirá la escultura del suizo Giacometti y eso fue decisivo para el devenir artístico de Gironcoli.


Desde ese momento, aunque también hizo obra en papel, su pasión va a ser la escultura camino que inició con la realización de unas obras frágiles, en alambre, a la manera de Giacometti, en las que representaba la fragilidad de la figura humana. A su regreso a Austria, entrará en contacto con el grupo accionista vienés, y en 1968 hará su primera exposición individual, en la que presentará unas esculturas que bordean el diseño.

Gironcoli fue un artista que “prefirió orientarse hacia ejemplos internacionales, expandiendo su radio artístico desde los objetos individuales antropomórficos hasta instalaciones complejas”, tal y como se recoge en la biografía del artista que se puede leer en la página web de la Foundation Generali.


Este escultor terminará por desarrollar un lenguaje tremendamente personal, alejado de cualquier etiqueta o movimiento artístico, fruto de una personalidad artística muy marcada. Objetos cotidianos como zapatos o cubiertos, entre otros muchos, los sobredimensiona para crear obras de gran tamaño y con los que realiza estructuras simbólicas o “instalaciones voluminosas y complejas con simbolismo barroco”, como afirma Gloria Torrijos en la necrológica que publicó en el diario El País el pasado 4 de marzo.

Una vez que en 1977 consigue entrar como profesor en la Academia de Bellas Artes de Viena, con la consiguiente seguridad económica y con la posibilidad de utilizar un gran espacio para crear, su obra adquiere una mayor dimensión y su reputación entra ya de lleno en el panorama internacional.


A lo largo de su obra, lo que nos ofrece son constantes reflexiones en torno a la feminidad, el nacimiento, el sexo con derivaciones hacia lo sadomasoquista, la religión, la violencia, muchas veces recubiertas con pintura dorada o plateada como clara pervivencia de aquella primigenia formación en el mundo de la joyería.

Otras veces creará piezas que parecen llegadas de alguna galaxia lejana, altares cósmicos, o máquinas orgánicas que remiten a un mundo que tiene que ver con un inconsciente que convierte a la realidad en “una madre que da la vida a sus hijos, hijos que tienen la sensación de ser independientes de su origen y no pueden separarse de él”, al menos así lo dice Donald Kuspit.

3 comentarios:

sonoio dijo...

para variar
paso aquí a desasnarme y saludar

realmente me sorprende la potencia de esta obra


realmente me ha gustado muchísimo


un gran abrazo alberto

PACO HIDALGO dijo...

Vaya obra original la de este escultor austriaco, llena de fuerza y potencia. Realmente me ha gustado conocerla. Un abrazo, Alfredo.

Alfredo dijo...

Gracias Alberto y Paco por ser unos atentos lectores. Para mí también fue un descubrimiento la obra de este austriaco, y me alegro de poder compartirlo.

Buen finde para los dos!!