¿Qué es
lo que hace que un buen hombre empiece a cometer malas acciones?. Una pregunta
interesante que alguno de los personajes de esta serie plantea en un momento
determinado y que se convierte en la base fundamental sobre la que se asienta
esta miniserie, otra vez cuatro capítulos, de la BBC con el actor Warren Brown
(compañero de Idris Elba en Luther), y que por lo que sabemos no va a tener
segunda temporada.
Esa
falta de continuidad nos deja con muchas cuestiones abiertas al término de la
primera y única temporada, pero, sin embargo, no lastra las cualidades de la
serie rodada en la ciudad de Liverpool dando protagonismo al escalón más básico
de la policía británica, esa que se enfrenta al delito sin armas.
Warren
Brown nos deja una interpretación de esas difíciles de olvidar, una de esas en
las que sin grandes aspavientos es capaz de hacernos llegar una multitud de
sentimientos contrapuestos, desde los propios de un policía esforzado por hacer
siempre lo correcto, hasta el hombre que no sabe como enfrentarse a un error
amoroso del pasado y que se muestra inseguro en ese terreno.
Un
policía que sufrirá un episodio violento al que asiste con dolorosa impotencia,
ante el que se despertará aún más su necesidad de creer en la justicia, en
saber que los buenos están ahí para proteger y servir, para llevar la
tranquilidad a las casas de los que caminan por el lado correcto de la vida.
Las
limitaciones del sistema legal de cualquier país democrático, serán una barrera
que pondrá a prueba sus creencias, sus bases morales, toda vez que los
afectados son personas cercanas, personas a las que quiere y a las que siente
la necesidad de proteger.
En casa
cuida de su padre enfermo que no puede salir a la calle y tiene en la
literatura la única vía de escape, de la misma forma que la playa es para John
Paul Rocksavage (nombre del personaje), el espacio en el que dejar salir sus
frustraciones, una playa nebulosa en la que el horizonte está ocupado por unos
fantasmales molinos eólicos ante los que uno no puede evitar pensar en los
molinos quijotescos.
Y la
noche, ese terreno en sombras por el que sacar a pasear el lado oscuro de cada
uno, esa transformación maquiavélica de personas con un ritmo social
determinado que pasan a ser otra cosa distinta amparados en las esquinas y los
garajes que ocultan furgonetas macabras y en los que el drama llegará a su
culmen.
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