De
nuevo a vueltas con una miniserie producida por la BBC. Esta vez se trata de
Blackout o la historia en tres capítulos de Daniel Demoys (Christopher
Eccleston), un oscuro político que toca el fondo de sus adicciones al alcohol,
la cocaína y el sexo en una noche de lluvia en medio de un callejón oscuro
donde dará comienzo su particular odisea siniestra.
Una
serie en las que las calles, los callejones, la oscuridad, el ambiente general,
apoyado magníficamente por una banda sonora muy efectista, terminan
convirtiéndose en una gran metáfora sobre la oscuridad del alma humana. En esa
noche, en esos clubes siniestros propicios para encuentros sexuales que nada
tienen que ver con el amor, solo cabe oscuridad, solo caben encuentros fugaces
y resacas espantosas de las que mejor no acordarse.
De un
suceso recluido en lo más profundo del inconsciente alcohólico del
protagonista, se iniciará un camino con múltiples recodos y en el que hasta una
función de ballet de un grupo de adolescentes adquiere tonos siniestros, tanto
que nada más terminar de ver el primer episodio la impresión que se tiene es la
de que la historia no puede acabar bien, es imposible, no cabe un final feliz
en esta historia.
Después
de tocar fondo parece que algo puede cambiar, que se puede iniciar un nuevo
camino dejando atrás el pasado, un pasado que lucha por volver a salir a la luz
y la lucha que se plantea es encarnizada, y las buenas intenciones chocarán
frontalmente con intereses oscuros en una ciudad que se debate entre entregar
el destino a los ciudadanos o dejarlo en manos anónimas pero muy poderosas.
Bajo
una lluvia pertinaz (paradójicamente creada por máquinas ya que la grabación
coincidió con unos meses de enero y febrero de 2012 inusualmente secos en la
ciudad de Manchester) todos los personajes cruzan sus particulares rubicones
para intentar recuperar el rumbo de sus vidas. La oscuridad, ya se lo anticipo,
es profunda y cruel.
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