miércoles, 18 de abril de 2007

Un hombre de suerte (José Luis Alonso de Santos)

Monólogo de Fernando


(Escenario vacío. Sale un actor de edad madura, con esmoquin y un abrigo encima, y se dirige al público)

Buenas noches, señoras y señores. Ya que por desgracia vamos a tener que pasar ustedes y yo un tiempo juntos voy a presentarme. Soy Fernando San Juan, actor de teatro retirado, retirado del teatro, quiero decir, natural de Melilla, aunque he vivido casi toda mi vida en Madrid, al lado de la Glorieta de Cuatro Caminos. Viudo, con dos hijos casados que viven su vida, a los que apenas veo. Uno está separado, y el otro a punto de separarse. Ya saben como son esas cosas. Hoy día nadie aguanta a nadie.

Pero a lo que íbamos. Les decía que soy actor de teatro retirado, aunque no tenga todavía edad para ese retiro, eso si los actores se retiran alguna vez por la edad. Les retira de la escena otras circunstancias de la vida, como a mí, y casi siempre son razones de tipo económico. Los que no tienen otras ganancias siguen encima de un escenario hasta que se mueren, aunque ellos digan que es porque les gusta, cosa que dudo. No sé qué le pueden encontrar a estar aquí, delante del público, aunque hay gustos para todo en la vida.

En mi caso, en cuanto pude salí disparado de este oficio del diablo, dispuesto a no volver a pisar en mis días un teatro, y a no ver más esos rostros en la oscuridad del patio de butacas, que esperan de mí algo que nunca quise darles: mi cariño, o mi interés por gustarles al menos. Ahora me dedico únicamente a hacer alguna grabación de vez en cuando en televisión. Comedias de situación, series y cosas así, sin importancia, que cuestan mucho menos esfuerzo y además no se está viendo la cara de los espectadores mientras lo haces, lo que es muy de agradecer. Del teatro
no quiero ni volver a hablar. No voy ni de espectador. Por eso creo que lo primero que he de hacer hoy ante ustedes, para no parece un mal educado, es aclararles que no estoy aquí por mi voluntad. Estoy sólo para cumplir un penoso deber. Así que no voy a intentar hacerles reír con mi actuación, ni hacerles llorar, ni hacerles pensar, ni hacerles nada de nada. Por lo tanto, que les guste a ustedes o no lo que haga aquí hoy, me trae sin cuidado. Siento no poder estar más simpático en estos momentos, pero es que además de odiar el teatro no me encuentro bien. Sí, ya sé que un actor no tiene derecho a salir a un escenario a quejarse. Pero si no me encuentro bien, no me encuentro bien. Y no me encuentro bien porque no duermo. Y por eso estoy aquí esta noche. A causa del maldito sueño. (Se quita el abrigo y lo entrega en un lateral del escenario.)

La culpa de todo la tiene Aniano Peña, un actor de mi compañía fallecido hace unos años. ¡Aniano! Vaya nombre para un actor. Se lo dije veinte veces que se lo cambiara. Ponte un nombre artístico que suene bien, hombre; que parezca inglés, o algo aristócrata, o al menos que se le quede al público. Imagínatelo en un programa al lado del papel de Hamlet, o Pedro Crespo, o Segismundo… Aniano Peña… “Eso de cambiarse los nombres es para los protagonistas, Don Fernando –me decía él-. Los secundarios con el nombre que Dios nos ha dado, nos vale”. Yo era el directo y primer actor de la compañía por aquel entonces. Algunos de ustedes puede que
hasta me recuerde. Los de más edad, porque lo dejé hace ya unos años. Los demás me conocerán por verme en las cosas que hago ahora para televisión.

Era buen actor, de los mejores, Aniano no, yo. Aniano era el peor actor que he visto en mi vida. Era de esos actores que llaman la atención en escena para mal: alto, desgarbado, y con pinta de aficionado. Le ponías de centinela con una lanza, al fondo del escenario, sin frase, sin moverse, sin nada, y se cargaba la escena. Esa y cualquiera en la que saliera. Una calamidad. Y su mujer igual. Tal para cual. Aniano Peña. Por él estoy aquí hoy, con ustedes. Por él y porque no duermo, que es lo mismo. El gran problema que tenía Aniano –además de llamarse así y de ser tan mal actor- era el ser un absoluto admirador mío. El gran problema para mí, quiero decir. No sé qué le había dado a ese hombre conmigo, que me adoraba. Veía cada una de mis interpretaciones entre cajas, con lágrimas en los ojos, y a veces hasta me aplaudía, desde el lateral, en medio de una actuación. “No lo pude evitar Don Fernando. ¡Es usted único!” ¡Aniano!

2 comentarios:

  1. Anónimo0:08:00

    Ha sido agradable descubrir tu blog, así que por ello te debo agradecer que hayas entrado en el mío. Pues eso, ha sido agradable, pues no es un blog de cine más, si no que veo que es mucho más, y contado de otra forma. Así que no dudes verme de vez en cuando por aquí, paseando entre tus posts.
    Un saludo desde Madrid.

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  2. Gracias por devolverme la visita, y por la promesa de volver. Yo también regresaré sobre mis pasos y te iré leyendo y comentando.

    Un saludo!

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