¿Qué queréis de mí?
¿Qué me llamáis?
¡Aquí está Medea, la bruja, la hechicera,
aquí de frente a pesar de que el corazón apenas la sostiene!
¿Por qué huís, mujeres de Corinto?
¿Pensabais verla gemir, desfallecida en su alcoba,
lamentando la perfidia de ese hombre maldito,
de ese Jasón embustero por el que un día sacrificó
su honor y arriesgó su vida?
En la desgracia ajena hay siempre una victoria,
pero no os solazaréis con mi infortunio…
¡Un Dios sostiene a Medea, apiadado de su vergüenza,
y le presta su aliento para contestar vuestras chanzas…!
Insensatas, majaderas… De mí os burláis sin
comprender
que la desgracia aflige por igual a todas las mujeres.
Todas nos vemos sometidas al yugo conyugal,
Aguantando sobre los riñones el peso de la familia,
viendo nuestra carne comprada a cambio de una dote
y humillada nuestra alma al servicio
del deseo caprichoso de nuestros dueños.
¡Y todavía hay que oírles decir que nuestra suerte
es feliz, pues no tenemos que defender a la patria
en el campo de batalla!
¡Al menos ellos van al combate protegidos
por petos y rodelas!, pero nosotras, desgraciadas,
¿qué escudo tenemos cuando nuestro vientre
revienta como una granada madura?
Decidme, entonces, ¿a qué vienen esas chanzas,
esas murmuraciones? ¿No es mi desgracia trasunto
de la vuestra? ¿No presentís en mis lágrimas el dolor
que os acecha a la vuelta del camino?
¿Os empuja acaso mi condición de extranjera?
¿Mi falta de recursos, privada como estoy del amparo
de mis leyes, y de la protección de mi familia?
¿Lo encontráis gracioso? ¿Divertido?
¿Qué me llamáis?
¡Aquí está Medea, la bruja, la hechicera,
aquí de frente a pesar de que el corazón apenas la sostiene!
¿Por qué huís, mujeres de Corinto?
¿Pensabais verla gemir, desfallecida en su alcoba,
lamentando la perfidia de ese hombre maldito,
de ese Jasón embustero por el que un día sacrificó
su honor y arriesgó su vida?
En la desgracia ajena hay siempre una victoria,
pero no os solazaréis con mi infortunio…
¡Un Dios sostiene a Medea, apiadado de su vergüenza,
y le presta su aliento para contestar vuestras chanzas…!
Insensatas, majaderas… De mí os burláis sin
comprender
que la desgracia aflige por igual a todas las mujeres.
Todas nos vemos sometidas al yugo conyugal,
Aguantando sobre los riñones el peso de la familia,
viendo nuestra carne comprada a cambio de una dote
y humillada nuestra alma al servicio
del deseo caprichoso de nuestros dueños.
¡Y todavía hay que oírles decir que nuestra suerte
es feliz, pues no tenemos que defender a la patria
en el campo de batalla!
¡Al menos ellos van al combate protegidos
por petos y rodelas!, pero nosotras, desgraciadas,
¿qué escudo tenemos cuando nuestro vientre
revienta como una granada madura?
Decidme, entonces, ¿a qué vienen esas chanzas,
esas murmuraciones? ¿No es mi desgracia trasunto
de la vuestra? ¿No presentís en mis lágrimas el dolor
que os acecha a la vuelta del camino?
¿Os empuja acaso mi condición de extranjera?
¿Mi falta de recursos, privada como estoy del amparo
de mis leyes, y de la protección de mi familia?
¿Lo encontráis gracioso? ¿Divertido?
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