Ana.- ¿Pero tú te das cuenta de que esta situación es una locura?
Hamlet.- ¿Locura? A medias: "cuando sopla el viento Norte-Noroeste". Y ahora, escúchame. Soy Hamlet porque fui creado Hamlet. Tuve, como ves, un autor… dramático. Como lo tienes tú. Como lo tenemos todos. El mío fue un genio. Pero el acierto de mi autor creó mi personal desgracia: la de mi propia historia y a de haberme convertido en el personaje más utilizado, maltratado, manipulado y masacrado de cuantos se recuerdan; no ha habido crítico, ensayista, lingüista, filósofo o charlista que no se haya sentido en la obligación de explicarme, negarme, analizarme y descuartizarme. Y para qué hablar de lo que conmigo han hecho autores, dramaturgos, directores y cómicos –a mis viejos amigos los cómicos les disculpo-. Hasta escenógrafos, pintores y figurinistas han caído en al tentación de –faltando a las normas más elementales del pudor-, desnudarme y vestirme de las maneras más estrafalarias y situar mi aventura en los lugares más sórdidos, innobles e inhabitables de la imaginación. Y toda esta locura, mientras a mí se me hacía pasar por el rey de los locos. Después de esto, ¿quieres decirme, mi querida Ana, dónde establecemos los límites de la lógica y de la razón?
Ana.- (Coqueta) ¿Puedo entrar en tus recuerdos?
Hamlet.- Recordaba a mis infortunados padre y madre, a mi buen Horacio…; a mis amigos más recientes, Don Juan, Galileo, Madre Coraje –a pesar de nuestras opiniones sobre el público, ¡tan contrarias!-, la impetuosa Nora –a veces me la recuerdas-; el desventurado Willy Loman, un modesto viajante capaz de fabricar en su mente tantas ilusiones como el más fantasioso y optimista de los personajes: ¡cuántas conversaciones mantuvimos al amparo fresco de la Quinta de Don Juan! Allí se nos unían Segismundo, Max Estrella, Celestina –tan divertida-; a nuestro alrededor merodeaba continuamente Ricardo de Gloucester –no le gustaba que le llamasen Ricardo III-, siempre ideando maldades… "¡Ricardo! -le gritaba-, ¿de qué está compuesta la maldad?" El me contestaba riendo: "de la misma materia que la bondad: del miedo."
Ana.- Paradójico, el muchacho.
Hamlet.- ¡Un cínico! Pero digno como el que más de formar parte de la realeza del teatro: cientos de personajes magníficos arrastrando cada uno su propia entraña; el dolor, la locura, la ambición, la venganza, los celos, la lujuria, la fantasía, el humor y el amor. Y la muerte. Una deslumbrante cabalgata que se creyó capaz de seducir con su belleza a todas y cada una de las generaciones. ¿Quién se podría oponer a Su Majestad el Teatro! (Después de un silencio. Volviéndose hacia los decorados.) Aquí están los restos de tan ambiciosa aventura. El formidable carnaval fue enterrado en cenizas. ¡Llegaron otros tiempos! ¡Vivan la Muerte y la Cuaresma! (Queda de espaldas en silencio, Ana, respetuosa, le mira atentamente. Comienza a oírse una suave música y al tiempo que en los pisos altos del teatro, en una zona destinada al público, se crea un ámbito de luz, Hamlet se adelanta rápido a la corbata y grita.) ¡Sal de ahí! ¡Abandona ese lugar, ¿me oyes?! ¡Ese no es el sitio de un personaje! ¡¿Qué respeto has de pedir al público si usurpas su lugar y abandonas el tuyo?! ¡¿Así quieres perder tu identidad?! (Queda escuchando) ¡¿No respondes?! (La luz desaparece y con ella la música. Ana permanece atónita. Hamlet pasea irritado por el escenario.) ¡Entrometida Ofelia, digna hija del entrometido Polonio y hermana del no menos vociferante y entrometido Laertes! ¡Familia entrometida e imprudente! ¡Cuánta complicación añadisteis a mi tragedia! Sin vosotros seguramente no habría pasado del "To be, or not to be".
El Derribo es una obra escrita por Gerardo Malla, también director y actor, ambientada en un viejo teatro que va a ser demolido "gracias" a una operación urbanística de esas que dejan muchos millones en los bolsillos de algunos "espabilados".
Es una obra sobre el fin de una época, sobre como los viejos teatros van muriendo para dejar paso a discotecas, supermercados, bancos y toda otra serie de negocios relacionados con la modernidad, un sitio en el que parece que el teatro no tiene cabida, a pesar de lo cual se resiste a morir, poniendo un empeño más que elogiable. También es una obra sobre como los que ayer eran progresistas, antifranquistas y muy de izquierdas, son los yuppis de hoy, los abanderados del nuevo capitalismo especulativo capaz de llevarse por delante todo lo que interrumpa el normal fluir de los beneficios escandalosos, comisiones mediante, claro.
Obra nostálgica que disfraza bajo un tono de comedia, los tintes amargos de una sociedad en la que la cultura empieza a ser una especie en vías de extinción.
El aprecio por el teatro es un filón que no he podido, o sabido, explotar. Desde las obras infantiles o juveniles, en las que participaba con entusiasmo, han sido pocas las posibilidades de aprender a apreciarlo. A ver si ahora, estando en la culta Europa, puedo aprovechar las oportunidades de hacerlo.
ResponderEliminarLos teatros dan paso a la discoteca, como los libros a los videojuegos. Siendo pocos los que se pregunten y reclamen, qué cultura es la que queremos, qué cultura es la que construimos.
Hablando de cultura y viendo lo que se ve, no puedo evitar pensar, por lo menos de vez en cuando, que en el fondo la cultura no le interesa a nadie, no hay más que ver que concejales, consejeros, directores generales o ministros del ramo que tenemos que soportar en este país, más preocupados por lo que yo llamo "cultura-espectáculo", es decir muchos fuego artificial pero contenido cero, y que encima cuestan un dinero que se podía invertir en una cultura más del día a día, de la que cala despacio pero que hace que los ciudadanos tengan una formación como tiene que ser. Claro que eso no interesa, que luego la gente sale respondona.
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