Última de las series de la HBO a la que le
he echado el ojo, un poco tarde eso sí, porque ya es de 2008, pero ya se sabe
que nunca es tarde si la dicha es buena y esta vez el dicho se ha cumplido, especialmente
por tratarse de una serie histórica de factura impecable que desarrolla los
primeros cincuenta años de vida de los Estados Unidos de América a través de la
figura del segundo de sus presidentes, John Adams, vamos el que sucedió a
Washington y antecedió a Jefferson, dos nombres que seguro a los europeos nos
suenan bastante más.
Siete episodios para contar un momento
decisivo en la historia del mundo, cuando las trece colonias decidieron, más o
menos, unirse para crear una nueva nación, aunque al principio se hablaba más
de independencia de la Corona británica que de unirse bajo una misma bandera,
preocupados también por mantenerse al margen unas de otras.
El caso es que el abogado John Adams se
convertirá en una figura clave de ese proceso, y no menos clave su mujer,
Abigail, personaje secundario por minutos de aparición pero absolutamente
fundamental como mujer leal, inteligente, contrapeso ideal de un marido
tendente a la vanidad, luchadora por su familia, capaz de soportar muchos años
alejada de su marido, y tremendamente valiente. Un personaje femenino de los
que no se suelen encontrar en este tipo de historias, siempre muy preocupadas
por destacar el papel de los varones. Y este es uno más de los alicientes de la
serie.
La vida familiar de John Adams daría casi
para un drama de época por sí sola, y aquí se convierte en un contrapunto
perfecto del devenir político de una nación en pañales, que pone en el abogado
bostoniano muchas de sus esperanzas, primero como miembro del congreso
constituyente y luego como embajador en Francia y Holanda, para regresar como
vicepresidente de Washington y, finalmente, presidente.
Una carrera orlada por la incomprensión de
sus conciudadanos, con duros ataques patrocinados en la prensa por uno de sus
mejores amigos, Jefferson, incapaces de comprender la visión a largo plazo de
Adams, modulada por su contacto con las cortes europeas (hedonista y decadente
la francesa, envarada la británica, y con los protestantes holandeses sólo
pendientes del dinero), que le hicieron comprender la necesidad de anteponer un
proyecto de nación por encima de los intereses particulares de trece colonias
no siempre bien avenidas entre ellas, y donde la división entre el norte y el
sur empezaba a florecer.
Un hombre íntegro, de moralidad intachable,
capaz de amar profundamente a su esposa, tanto que no le quedaba cariño para
sus hijos, obligados a crecer en ausencia de un padre, lo que va a generar
alguno de los momentos más dramáticos de la serie, obstinado en sus opiniones,
con un punto de arrogancia intelectual y con toques de vanidad, controlados con
enorme dulzura y astucia por su esposa, siempre dispuesta a criticar los
discursos de su marido, un mérito que se reconoce y mucho, como tiene que ser,
a lo largo de la serie.
La causalidad quiso que el mismo día en el
que se celebraba el cincuenta aniversario de la independencia del país,
murieran el segundo y tercer presidentes de los Estados Unidos, dos grandes
amigos a los que la política distanció y a los que el tiempo ayudó a reconciliar.
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