martes, 5 de agosto de 2014

André Kertész: el fotógrafo infravalorado


Personas desplazadas, 1916.

Este húngaro (Budapest, 1894 – Nueva York, Estados Unidos, 1985) siempre expresó su sentimiento de no ser valorado en su justa medida ni por la crítica ni por los editores de las revistas en las que publicó su obra, y eso a pesar de que a partir de los años 60 empezó a recibir premios y a ver sus fotografías colgadas en importantes salas de exposiciones. Sin embargo, su consideración como una de las grandes figuras de la fotografía mundial no llegaría hasta poco antes de su fallecimiento.

Violinista, Abony, Hungría, 1921.

Probablemente André Kertész pagó el precio de la independencia, de luchar contra todo y contra todos por mantener su particular forma de mirar a través de la cámara, algo que ya quedó patente desde sus primeras imágenes y de la lucha que mantuvo contra su entorno familiar, inclinado a vincularlo profesionalmente a la bolsa de valores, que no veía con buenos ojos su afición artística.

Pughkeepsie, Nueva York, 1937.

Porque Kertész fue un fotógrafo autodidacta que combinó la fotografía con su trabajo en la Bolsa, hasta que a mediados de los años veinte decide dejarlo todo de lado, emigrar a París y buscar su sueño profesional con la cámara como única compañera. En la capital francesa coincidirá con muchos de los artistas de la vanguardia artística de aquellos años, muchos de ellos emigrantes como él, del antiguo Imperio Austrohúngaro.

Montmartre, 1927.

Establecerá relaciones con personajes de la talla de Man Ray, de Mondrian, de Picasso, entre otros, a los que retratará y con los que conocerá de primera mano los experimentos artísticos cubistas o dadaístas, que tendrán su reflejo en las fotografías de Kertész, un fotógrafo al que le gustaban mucho los trabajos en exteriores, reflejando rincones de París o de las poblaciones próximas, a sus gentes, sus trabajos, siempre con una mirada que no buscaba la mera descripción analítica, sino que se inclinaba más hacia un punto de vista elíptico, preparado para captar lo inesperado, el momento efímero, más lírico que épico.

Distorsión, 1933.

La proximidad de la Segunda Guerra Mundial con todas sus secuelas, aconsejó a Kertész a emigrar a los Estados Unidos, un país con el que chocó de forma muy contundente por diversas circunstancias, entre las que destacan sus problemas para hacerse con el idioma, la hostilidad con que se encontró en su alrededor, y su negativa a aceptar las condiciones que le imponían algunas de las revistas más importantes del momento.

Bailarina satírica.

Así los años 30 y 40 irían transcurriendo con trabajos en distintas revistas con las que mantuvo relaciones complicadas, especialmente por la negativa de éstas a publicar fotografías meramente artísticas como eran muchas de las de Kertész, más interesadas como estaban por los temas interpretables en clave política, acorde con los tiempos convulsos que se estaban viviendo.

El caballo blanco, Nueva York, 1962.


Pasada la guerra, conseguirá un contrato de larga duración con la revista House & Garden, que le permitirá hacer numerosos viajes y, al mismo tiempo, lograr que su nombre fuera asociado como uno de los importantes en el mundillo fotográfico. Vio como sus libros de fotografías eran apreciados por la crítica y como le llegaba un rosario de premios y distinciones que, sin embargo, no evitaron el regusto amargo que Kertész sentía acerca de la falta de consideración hacia su obra.

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