La tragedia cocinada a fuego
lento termina llegándonos con mucha más fuerza que cuando se diluye detrás de
explosiones imposibles, persecuciones interminables y malos malísimos
perseguidos por buenos de cartón piedra. Eso que podría ser la definición de
muchas de las películas que toman por asalto las pantallas de cine cualquier
fin de semana convertidas en producto de consumo rápido y de las que nadie se
acuerda al día siguiente, contrasta vivamente con muchas de las cosas que se
están viendo en televisión, transformando la llamada “caja tonta” en una “caja”
a la que merece la pena prestar atención.
Un ejemplo de ello es
Southcliffe, una mini serie de cuatro capítulos del Channel 4 británico,
ambientada en un pueblecito inglés de esos que dan el aspecto de que en ellos
nunca pasa nada, y que se despierta de la noche de los muertos (uno de
noviembre) con el sobresalto de ver como varios de sus vecinos son asesinados a
sangre fría.
Y como insinuar siempre es mejor
que enseñar, a partir de unos disparos que se oyen en la distancia se genera
una historia con continuas idas y venidas temporales, para llegar a conocer los
motivos que han puesto en marcha el implacable mecanismo de la tragedia. En ese
recorrido tendrá un papel fundamental un periodista, natural del pueblo, que
nos servirá de cicerone, a partir de un hecho traumático de su infancia, por
los intrincados caminos de una comunidad incapaz de enfrentarse a la tragedia
de un modo activo.
El papel de la comunidad, de los
medios de comunicación, de los vecinos de forma individual (aquí no hay
investigación policial), se pondrán en un terreno de juego gris como el cielo
plomizo de Southcliffe y tan resbaladizo como los pantanos de la campiña
circundante. Un medio natural a través del cual irán desfilando unas personas
que verán sus vidas trágicamente afectadas y un año después, cuando el
periodista que también sufrirá las consecuencias del suceso, las cosas sólo han
ido a peor.
Con un ritmo pausado pero no por
ello menos efectivo se van desgranando los entresijos del suceso que pondrá,
aún a su pesar, al pueblo en el mapa al menos informativo, hasta dejarnos una
sensación desagradable por el hecho de hacernos pensar si en el origen de
determinados comportamientos individuales no habrá también unos comportamientos
sociales que los favorecen. Como la incomprensión, la agresividad general con
la que nos comportamos en muchas ocasiones, terminan por generar una mezcla
incendiaria que sólo está esperando por la chispa adecuada para que todo explosione.
Todo tiene un origen en alguna
parte, sin que eso nos lleve a justificar, ni siquiera entender por un instante
fugaz, el asesinato, pero sí hay que saber que de las fallas que tienen nuestras
sociedades pueden producirse estallidos de violencia que mueven los cimientos
de la seguridad en la que nos gusta creer que vivimos.
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