Después
del fallecimiento de la británica Marian McPartland, figura de la que ya nos
ocupamos en este mismo espacio hace unos meses, el mundo del jazz perdió en
2013 a una de esas voces que se mantuvieron durante muchos años por debajo de
la señal del radar musical, pero que, sin embargo, gozaba de un amplio respeto
dentro del mundo jazzístico. Ella es Jane Harvey (1925-2013).
Cuando
después de dos décadas de silencio y ya con 87 años de edad, Harvey volvió a
salir a la luz, los aficionados y los críticos se dieron cuenta de que no
importaba el tiempo que hubiera pasado, que ahí seguía estando viva una de esas
voces por las que no parece pasar el tiempo. Un tiempo que la condujo desde la
edad de oro de las big band hasta el circuito de clubes de jazz de la zona de
Los Ángeles, donde desarrolló buena parte de su carrera.
Una
trayectoria a lo largo de la cual, como no podía ser de otra forma, vivió
momentos de decisiones erróneas pero que ella siempre se tomó con humor,
aceptando el error como una parte intrínseca del ser humano y sin culpar a
otros de esos errores. Son cosas que pasan y es imposible transitar por la vida
sin cometer algunos fallos de cálculo.
Sus
inicios llegaron nada más terminar su estancia en la enseñanza secundaria en
Jersey City, su lugar de nacimiento, cuando un primo suyo le gestionó una
primera jira por Baltimore. Una primera experiencia musical sin duda
inolvidable, cantando en locales de striptease como interludio musical entre
striper y striper, con canciones que tenían que sonar de una forma especial en
ese ambiente que llevaban títulos como The Man I Love (El hombre al que
quiero).
Mejor
le fueron las cosas al verano siguiente, cuando el punto de destino fue la
ciudad de Nueva York, donde conocería a una persona que le aseguró una audición
con el propietario de un local muy conocido de la ciudad, el Café Society. Su
propietario, Barney Josephson, le cambió su nombre real, Phyllis Taff, por el
que ya le acompañaría durante toda su carrera musical, Jane Harvey.
En ese
local recibió una oferta de esas que son imposibles de rechazar. El gran BennyGoodman, sin ni siquiera saludarla, le lanzó a quemarropa la gran pregunta:
“¿Quieres venir a cantar con mi banda?”. No hace falta decir que le faltó
tiempo para aceptar la propuesta. Seis meses estuvo con Goodman y participó en
un par de sesiones de grabación.
Luego
llegaría la colaboración con el cubano Desi Arnaz y su grupo y, en 1958, con la
big band de Duke Ellington. Año en el que también se retirará durante un tiempo
de los escenarios para dedicarse a criar a su hijo. Unos diez años antes,
también había participado con Bob Hope en una serie de actuaciones por Europa
para las tropas norteamericanas estacionadas en el continente tras la Segunda
Guerra Mundial.
Personas
que trabajaron con ella, destacaron siempre a parte de su calidad vocal, sus
ideas a la hora de grabar, casi como si fuera más una productora que una
cantante, y la muerte, después de una tenaz lucha contra el cáncer, puso fin a
un proyecto para hacer una gira de conciertos por Japón. Ahora nos queda su voz
y ese indudable toque de clase que supo poner a todas y cada una de sus
interpretaciones.
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