De testamento cinematográfico se
puede considerar esta película de Robert Altman, director que falleció ese
mismo año. En ella utiliza un programa de radio que se emite en directo desde
el escenario de un teatro desde hace varias décadas, para dibujar un fresco
acerca de los tiempos modernos, esos en los que parece que no hay hueco para la
poesía, a través de un grupo de personajes que saben que están haciendo el
último programa antes de que unos inversores derriben el teatro para sacarle
partido inmobiliario.
A lo largo de esa última emisión,
vamos descubriendo las historias de los personajes, a los que dan vida actores
como Meryl Streep, Woody Harrelson, Virginia Madsen o Tommy Lee Jones, entre
otras muchas caras conocidas, sus vidas, sus miserias, sus deseos y su miedo a
un futuro que se augura incierto después de haber invertido buena parte de sus
vidas en un show, el último, condenado por unos nuevos tiempos tecnológicos.
Un detective a la vieja usanza
irá siguiendo los pasos de una hermosa mujer vestida con una gabardina blanca,
para intentar descubrir el porqué de su presencia en el teatro. Un misterio que
se combina con unas bambalinas en las que la vida y la muerte se dan la mano de
forma metafórica pero también real. Y es que la película habla del final del
tiempo, de una forma de hacer las cosas con mucho de artesanal y, como
consecuencia, con mucho de aportación personal, de sentimiento.
En medio de todo eso la frialdad
de un liquidador que, para preocupación inmensa de los artistas que saben así
que no hay remedio, ni siquiera bebe alcohol, únicamente agua sin gas ni, por
supuesto, limón. Parecen pensar que alguien que no degusta bebidas alcohólicas
nada bueno puede albergar en su interior, negándoles así la opción de
emborracharlo e intentar convencerle de no derribar el teatro.
Con buenas dosis de humor, en
ocasiones cínico, y con mucha música country que hará las delicias de los
aficionados al género, y pequeñas pinceladas dramáticas, Altman echa una mirada
atrás, hacia un pasado más comprensivo con el talento de los artistas, más
favorable a la creación, menos encorsetado por unas normas que más parecen
pensadas para coartar la libertad que para generar un marco liberador y de respeto.
Lo resume muy bien Julio Rodríguez Chico cuando escribe: "Mirada nostálgica que suspira por el tiempo
pasado y que lanza sus últimos dardos envenenados a la maquinaria de un cine de
consumo. Último plano secuencia de quien veía cómo se acercaba la muerte, de
quien quiso esperarla y enfocarla con la cámara del cinismo, recordar aquellos
maravillosos años del espectáculo popular, y alentar a las nuevas generaciones
de cineastas a coger el relevo de la independencia. Película que gustará a los
fans del director de Nashville, y con la que disfrutarán también los amantes
del country más puro".
Debe ser un canto a la poesia y al teatro frente al mundo de la especulación y la inversión: arte versus economía, y con el toque personal de Robert Altman. Habrá que verla. Buen dia, Alfredo.
ResponderEliminarPues habrá qué verla...!
ResponderEliminarUn abrazo.
PACO: Si tiene algo de romántico, de despedida de un mundo en el que las personas eran lo más importante, para dar paso a un mundo más deshumanizado en el que solo el dinero cuenta.
ResponderEliminarBuena semana!!
******
BALAMGO: A mí me parece una película entretenida, con momentos divertidos, buena música, y un punto nostálgico.
Un abrazo!!