Convencido como estoy de que hay cosas
que hay que hacer por memoria, por justicia o, simplemente, por vergüenza, de
la misma manera que tengo en convencimiento de vivir en un país desagradecido,
amnésico y desvergonzado, me dispongo a recordar la figura de uno de los
grandes compositores españoles como es Tomás Luis de Victoria, del que este año
se cumple el 400 aniversario de su fallecimiento.
Un aniversario que, me temo,
pasará desapercibido para la práctica totalidad de los ciudadanos de este país.
Un recuerdo que es de justicia y que voy a hacer desde una posición de una
persona que no es aficionada a la música renacentista, algo que no me impide
reconocer la importancia de Tomás Luis de Victoria, probablemente, junto con
Manuel de Falla, la figura cumbre de la composición musical española.
Nuestro protagonista de hoy nació
en Ávila en 1548, una ciudad que por cierto solo recuerda a uno de sus hijos
más ilustres con una calle y con el nombre que recibe el conservatorio de
música, y fallece en Madrid en 1611. Los paisajes de su Ávila natal serán los
que vean dar los primeros pasos a un de Victoria niño y adolescente, huérfano de
padre a los nueve años, para, con diez años, entrar como niño cantor en el
Catedral de su ciudad donde recibió sus primeras enseñanzas musicales.
Unos dicen que con 17 años y
otros que con 18, viaja a Roma para entrar en el Colegio Germánico, una
institución de los jesuitas, donde tendrá la fortuna de conocer a uno de los
grandes compositores de aquella época, el italiano Palestrina (1525-1594),
figura clave en la música vocal destinada a difundir los valores de la religión
cristiana.
Tomás Luis de Victoria, que
además estaba preparando su ingreso en la función sacerdotal, alcanzó una
altura musical que hizo que ya en su tiempo se comparara su genio con el de el
propio Palestrina y el de Orlando di Lasso (1532-1594) autor de una prolífica
obra musical tanto profana como sacra. A diferencia de los dos anteriores, de
Victoria únicamente compuso música de carácter religioso. Así nos ha dejado un
buen repertorio de misas, motetes, himnos, salmos y magnificats.
Del Concilio de Trento
(1545-1563) salen las bases de la liturgia católica y a esa liturgia será a la
que le ponga música nuestro compositor, una música adelantada a su tiempo y en
la que anticipa lo que serán muchas de las claves que definirán la música
barroca que llegará poco después. Incluso no falta quien vea la influencia del
abulense en algunas composiciones de Mozart.
A lo largo de su vida irá
ocupando diferentes dignidades eclesiásticas y durante algunos de esos periodos
su producción musical será escasa pero no por ello de menos calidad y los
expertos destacan especialmente su Officium Defunctorum, compuesto en 1605 para
las exequias de la emperatriz María que se había retirado al monasterio
madrileño de las Descalzas Reales después del fallecimiento de su esposo Felipe
II. Asimismo, son reconocidos los motetes que dejó compuestos de Victoria y que
aparecieron publicados en varios volúmenes.
Pues haces muy bien en recordarlo, pues ya se sabe que no es una megaestrella de la canción o la telivisión, y la música clásica vende poco. Saludos cordiales, Alfredo.
ResponderEliminarEs una pena que el país sea tan descuidado con sus grandes figuras en todos los campos pero más en el de la cultura.
ResponderEliminarUn abrazo!!