miércoles, 5 de octubre de 2011

El Refugio (Le Refuge, François Ozon, 2009)


Mi primera experiencia con el cine de este director francés al que se ha adjetivado como el Almodóvar francés, el Varda masculino o el Chaplin de la no comedia, no ha podido ser más triste y eso a pesar de que esta película obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián en 2009.

La verdad es que uno no sabe si enfadarse con el director por haber despachado una película tan lánguida o sumergirse en esa misma languidez y lamentar la hora y media que se ha empleado en ver un drama que no termina de ser un drama ni una historia de amor, ni ninguna otra cosa. Vamos, una nada inmensa que diría el poeta.

El inicio sin embargo no es malo. Una pareja joven comparte chutes de heroína en un lujoso piso parisino semi vacío. Esa parte si tiene pulso, si nos hace llegar lo dramático de una situación que desembocará a la mañana siguiente con el fallecimiento de Louis y con Moose en coma. A partir de ahí se acabó: ni el anuncio a la joven yonki de que está embarazada, ni el funeral, ni el cara a cara con su “suegra” que le dice que la familia no ve bien que el fallecido vaya a tener descendencia, ni nada de nada tiene la vida necesaria para hacer que el espectador se involucre con los personajes.


Ella se termina retirando a un pueblecito muy mono del País Vasco Francés (se ve un letrero de una herriko taberna), con un paisaje espléndido y una playa que va a servir para que en su arena y en sus aguas, los personajes se reencuentren a sí mismos, aunque nunca tengamos la sensación de que se han llegado a perder en algún momento.


Moose recibirá allí a Paul, hermano de Louis, guapo y homosexual que desarrollará una relación con un joven del pueblo y, después de una noche alcohólica, con la propia Moose, en un juego de amor capaz de superar las barreras de las preferencias sexuales, o algo así.


La llegada de Paul hace que el universo de la chica se llene, como por arte de magia, de luz mientras la cosa transcurre hacia no se sabe dónde de la mano de unos actores condenados a lidiar con una historia sin aristas que no puede provocar más que unas interpretaciones planas, perdidas y ausentes hasta el punto que al espectador le termina importando un pimiento lo que ocurre en la pantalla. Al menos esa es la sensación que tuve.


Sin embargo, no faltan defensores de esta película y así Diego Batlle, en el periódico argentino La Nación, dice que se trata de una “película pequeña y directa, hecha con nobleza y sin ambigüedades. A corazón abierto”.


Con todo y con ello yo estoy más cerca de Julio Rodríguez Chico cuando escribe en La Butaca: “Su falta de hondura y su militancia ideológica pesan demasiado, y dejan al espectador con la superficial sensación de no saber qué sentía o qué pensaba esa madre antes de descubrir que no estaba preparada. Al final, parece que hemos asistido a un drama desinflado de unas cuantas madres prefabricadas y de sustitutos artificiosos, donde la emoción buscada no llega ni por la tragedia de la muerte ni por la belleza de la vida.”

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