Mi primera experiencia con el
cine de este director francés al que se ha adjetivado como el Almodóvar
francés, el Varda masculino o el Chaplin de la no comedia, no ha podido ser más
triste y eso a pesar de que esta película obtuvo el Premio Especial del Jurado
en el Festival de San Sebastián en 2009.
La verdad es que uno no sabe si
enfadarse con el director por haber despachado una película tan lánguida o
sumergirse en esa misma languidez y lamentar la hora y media que se ha
empleado en ver un drama que no termina de ser un drama ni una historia de
amor, ni ninguna otra cosa. Vamos, una nada inmensa que diría el poeta.
El inicio sin embargo no es malo.
Una pareja joven comparte chutes de heroína en un lujoso piso parisino semi
vacío. Esa parte si tiene pulso, si nos hace llegar lo dramático de una
situación que desembocará a la mañana siguiente con el fallecimiento de Louis y
con Moose en coma. A partir de ahí se acabó: ni el anuncio a la joven yonki de
que está embarazada, ni el funeral, ni el cara a cara con su “suegra” que le
dice que la familia no ve bien que el fallecido vaya a tener descendencia, ni
nada de nada tiene la vida necesaria para hacer que el espectador se involucre
con los personajes.
Ella se termina retirando a un
pueblecito muy mono del País Vasco Francés (se ve un letrero de una herriko
taberna), con un paisaje espléndido y una playa que va a servir para que en su
arena y en sus aguas, los personajes se reencuentren a sí mismos, aunque nunca
tengamos la sensación de que se han llegado a perder en algún momento.
Moose recibirá allí a Paul,
hermano de Louis, guapo y homosexual que desarrollará una relación con un joven
del pueblo y, después de una noche alcohólica, con la propia Moose, en un juego
de amor capaz de superar las barreras de las preferencias sexuales, o algo así.
La llegada de Paul hace que el
universo de la chica se llene, como por arte de magia, de luz mientras la cosa
transcurre hacia no se sabe dónde de la mano de unos actores condenados a
lidiar con una historia sin aristas que no puede provocar más que unas
interpretaciones planas, perdidas y ausentes hasta el punto que al espectador
le termina importando un pimiento lo que ocurre en la pantalla. Al menos esa es
la sensación que tuve.
Sin embargo, no faltan defensores
de esta película y así Diego Batlle, en el periódico argentino La Nación, dice
que se trata de una “película pequeña y directa, hecha con nobleza y sin
ambigüedades. A corazón abierto”.
Con todo y con ello yo estoy más
cerca de Julio Rodríguez Chico cuando escribe en La Butaca: “Su falta de
hondura y su militancia ideológica pesan demasiado, y dejan al espectador con
la superficial sensación de no saber qué sentía o qué pensaba esa madre antes
de descubrir que no estaba preparada. Al final, parece que hemos asistido a un
drama desinflado de unas cuantas madres prefabricadas y de sustitutos
artificiosos, donde la emoción buscada no llega ni por la tragedia de la muerte
ni por la belleza de la vida.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario