martes, 12 de julio de 2011

Sam Durant (Seattle, Washington, Estados Unidos 1961)


A vueltas con la historia de su país, de los fundamentos políticos sobre los que está basado y las condiciones sociopolíticas que definen este siglo XXI y los anteriores, forman el territorio eminentemente político sobre el que se desarrolla la obra de Sam Durant, dentro de la mejor tradición del arte comprometido gestado y salido de las fronteras norteamericanas.


Aunque nacido en la ciudad de Seattle, se crió en Massachusetts, un hecho que va a marcar una de sus obras más relevantes, la que tituló Proposal for White and Indian Dead Monument Transpositions Washington DC. Como el mismo artista reconoce en esta entrevista, en su adolescencia en el colegio llevaban a los niños de excursión a una especie de granja museo para conocer los orígenes de la nación americana y la relación entre colonos e indios.


“Esos lugares muestran las relaciones entre los colonos y los indios desde la perspectiva y el beneficio para los colonos blancos. Parece que su propósito fundamental era el de justificar la conquista de los indígenas” según afirma en esta entrevista. Esas relaciones desiguales, la valoración de aquellas tribus que colaboraron con los blancos, y la condena hacia los que lucharon por su independencia, están en la base de esos monumentos que emulan al obelisco levantado en la ciudad de Washington.


“Pienso que [dice en relación a la exposición de esa obra] ha servido para fijarse en que América está basada en la violencia y la conquista y no en la democracia como nos han enseñado a creer”, sigue Durant en la misma entrevista y “en ese sentido espero que mi Monument Proposal sea entendido como un antimonumento”.


Una sociedad decimonónica que vivió las primeras convulsiones sociales de la mano de los movimientos obreros que peleaban por conseguir mejores condiciones de trabajo. Una de las obras de Durant recuerda a los cinco anarquistas conocidos como los Haymarket Martyrs, condenados a la horca sin pruebas concluyentes por la explosión de una bomba en el transcurso de una manifestación a favor de las ocho horas de trabajo, algo que aún tardaría dos décadas en conseguirse.


Para el artista, guerras como la de Iraq se inserta en esa mismo cimiento de guerra de expansión colonial, como fue la expansión del hombre blanco hacia el Oeste, siguiendo una línea que pasa por guerras como la de Corea o la de Vietnam. Demasiado joven para verse afectado de primera mano por la efervescencia social, política y contracultural de los años 60 y 70, si hereda esa cultura del eslogan y diseña obras en las que se puede leer No lie can live forever, This is freedom?, We are the people o Ask us what we want.

Un arte multimedia, directo y comprometido con la crítica social, cultural y política, podría ser un apresurado resumen de la obra de Sam Durant.

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