Después de atravesar por una profunda crisis que ha provocado la renovación total del plantel de actores de Teatro del Norte, el grupo que dirige Etelvino Vázquez desde Lugones, puso en escena el pasado día 2 en la sala de Cajastur en Oviedo, el texto original de Valle-Inclán, ¿Para cuándo son la reclamaciones diplomáticas?
A lo largo de la hora de duración de la representación, Etelvino Vázquez (autor también de la dramaturgia y la dirección), junto con José Troncoso y Cristina Martínez, dieron vida a los diferentes personajes a través de los cuales se trajo hasta los espectadores un trozo especialmente oscuro, convulso y violento de la historia de España, como es el que va desde la pérdida de las últimas colonias (Cuba y Filipinas) a finales del siglo XIX, hasta el asesinato de Eduardo Dato en 1921 (fue el tercer presidente del Consejo asesinado en un periodo de 25 años). Años 20 que otros lugares se denominaron “felices” pero que en España conocieron una dictadura y una sangrienta guerra en Marruecos, entre otros avatares históricos.
Esos saltos cronológicos no siempre están bien resueltos, con momentos en los que el espectador tiene que cambiar su esquema casi sin solución de continuidad lo que llega a generar dudas. La obra se desarrolla sobre un escenario en el que desnudez se impone, con una larga mesa y dos sillas, sobre un suelo y contra un fondo rojo burdeos, y sendos micrófonos, uno a cada lado del escenario (recurso ya utilizado por el grupo en algunos montajes anteriores).
Con el tono típico de Valle-Inclán, se van poniendo de manifiesto las miserias de un país amnésico y miserable para los que por él dan su vida o lo mejor de su pensamiento. Soldados muertos al otro lado de la Mar Océana por una patria que se apresura a olvidarlos, a tratarlos como apestados, que vuelven enfermos, mutilados, abatidos y derrotados, mientras los generales de salón, convertidos en auténticas marionetas reales, se pavonean con sus medallas por los salones de un Madrid borbónico de oropel y cartón piedra.
El Adelantado de Las Hurdes (una región extremeña especialmente pobre por aquellos años y que recibió la visita regia, pero ninguna solución a sus problemas), es un periódico empeñado (en el texto dramático) en apoyar la causa de la derecha, de “disparar” contra todos aquellos que no sean germanófilos (sentimiento muy extendido entre la clase dirigente de la derecha española hasta los años de la Segunda Guerra Mundial) y en transmitir una imagen del país que poco tiene que ver con la realidad que viven unas clases trabajadoras que lo sufren todo: analfabetismo, paro, enfermedades, la guerra.
Algo de todo esto está presente en este montaje teatral, a lo largo del cual el trío de actores despliega un amplio repertorio de recursos técnicos ciertamente notable para lo que es la tónica habitual en el teatro asturiano, apoyado por unos recursos musicales muy bien escogidos en el que los ritmos de las zarzuelas de maestros como Guerrero, Chapí y Bretón, entre otros, unidas a las músicas compuestas por Alberto Rionda.
El esquema general de la obra encaja en una forma de actuar que resulta, en ocasiones, barroquizante, recargada, con un gran despliegue de gestualidad (alguna de ella muy relacionada con la comedia del arte, como ocurre, por ejemplo, el personaje del director del periódico), y en el que los recursos vocales se muestran con firmeza, aunque el hecho de que se utilice durante la mayor parte del tiempo un tono de voz muy por encima del normal, termina por resultar molesto.
En definitiva, un nuevo punto de arranque en la historia de uno de los grupos más veteranos y más arriesgados de la región, y el de mayor proyección más allá de nuestras más que pequeñas fronteras.
A lo largo de la hora de duración de la representación, Etelvino Vázquez (autor también de la dramaturgia y la dirección), junto con José Troncoso y Cristina Martínez, dieron vida a los diferentes personajes a través de los cuales se trajo hasta los espectadores un trozo especialmente oscuro, convulso y violento de la historia de España, como es el que va desde la pérdida de las últimas colonias (Cuba y Filipinas) a finales del siglo XIX, hasta el asesinato de Eduardo Dato en 1921 (fue el tercer presidente del Consejo asesinado en un periodo de 25 años). Años 20 que otros lugares se denominaron “felices” pero que en España conocieron una dictadura y una sangrienta guerra en Marruecos, entre otros avatares históricos.
Esos saltos cronológicos no siempre están bien resueltos, con momentos en los que el espectador tiene que cambiar su esquema casi sin solución de continuidad lo que llega a generar dudas. La obra se desarrolla sobre un escenario en el que desnudez se impone, con una larga mesa y dos sillas, sobre un suelo y contra un fondo rojo burdeos, y sendos micrófonos, uno a cada lado del escenario (recurso ya utilizado por el grupo en algunos montajes anteriores).
Con el tono típico de Valle-Inclán, se van poniendo de manifiesto las miserias de un país amnésico y miserable para los que por él dan su vida o lo mejor de su pensamiento. Soldados muertos al otro lado de la Mar Océana por una patria que se apresura a olvidarlos, a tratarlos como apestados, que vuelven enfermos, mutilados, abatidos y derrotados, mientras los generales de salón, convertidos en auténticas marionetas reales, se pavonean con sus medallas por los salones de un Madrid borbónico de oropel y cartón piedra.
El Adelantado de Las Hurdes (una región extremeña especialmente pobre por aquellos años y que recibió la visita regia, pero ninguna solución a sus problemas), es un periódico empeñado (en el texto dramático) en apoyar la causa de la derecha, de “disparar” contra todos aquellos que no sean germanófilos (sentimiento muy extendido entre la clase dirigente de la derecha española hasta los años de la Segunda Guerra Mundial) y en transmitir una imagen del país que poco tiene que ver con la realidad que viven unas clases trabajadoras que lo sufren todo: analfabetismo, paro, enfermedades, la guerra.
Algo de todo esto está presente en este montaje teatral, a lo largo del cual el trío de actores despliega un amplio repertorio de recursos técnicos ciertamente notable para lo que es la tónica habitual en el teatro asturiano, apoyado por unos recursos musicales muy bien escogidos en el que los ritmos de las zarzuelas de maestros como Guerrero, Chapí y Bretón, entre otros, unidas a las músicas compuestas por Alberto Rionda.
El esquema general de la obra encaja en una forma de actuar que resulta, en ocasiones, barroquizante, recargada, con un gran despliegue de gestualidad (alguna de ella muy relacionada con la comedia del arte, como ocurre, por ejemplo, el personaje del director del periódico), y en el que los recursos vocales se muestran con firmeza, aunque el hecho de que se utilice durante la mayor parte del tiempo un tono de voz muy por encima del normal, termina por resultar molesto.
En definitiva, un nuevo punto de arranque en la historia de uno de los grupos más veteranos y más arriesgados de la región, y el de mayor proyección más allá de nuestras más que pequeñas fronteras.
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