Hija de guerrilleros yugoslavos, Marina Abramovic es una artista de largo recorrido lo que la ha convertido en uno de los performers más veteranos y poderosos del panorama artístico contemporáneo con base en su propio cuerpo y su propia mente, además de la relación con los espectadores a los que, en ocasiones, convierte en actores necesarios para el correcto desarrollo de la performance.
Su trabajo ha ido evolucionando con el paso del tiempo, desde unos primeros trabajos en los que buscaba fundamentalmente rebelarse contra una educación que sentía como una losa que le impedía desarrollarse como persona, inmersa en el triste ambiente cultural de la Yugoslavia de Tito, hasta llegar a unas propuestas en las que explora el aspecto espiritual del sexo como hace en la serie Balkan Erotic Epic (Épica Erótica Balcánica).
Lo que no ha perdido por el camino es la simbiosis que siempre busca entre el arte y la vida, uniendo sus propias experiencias vitales con el mundo de la creación entrando de lleno en el mundo del body art (arte corporal o del cuerpo) para llegar hasta los límites más extremos, tanto desde el punto de vista psíquico como mental, hasta llegar incluso a poner su vida en peligro.
A pesar de lo que pudiera parecer en un primer golpe de vista, el trabajo de Marina huye del sensacionalismo; es un trabajo de un profundo trasfondo filosófico donde el miedo, la incomunicación o la soledad, algo aparentemente (pero sólo en apariencia) contradictorio con la necesaria presencia del público, que llega a ser una parte activa con la que la artista dialoga y obliga a enfrentarse a las mismas sensaciones que Marina experimenta en muchos de sus trabajos.
Fundamental en el desarrollo de su trabajo fue la relación tanto personal como artística con el artista alemán Ulay, que se extenderá entre 1975 y 1988, relación que se cerrará con la performance titulada Lovers (Los amantes) que fue la que puso fin a la relación entre ambos. Para ello recorrieron 2.000 kilómetros a lo largo de la Gran Muralla China en 90 días para llegar, partiendo cada uno desde un extremo distinto, a la población china de Er Lang Shan un 27 de junio de 1988. Caminaron hasta encontrarse e inmediatamente volver a separarse ya para siempre. “Esta puesta en escena de una geometría del amor hizo que la dolorosa separación de sus biografías individuales pareciera el inevitable resultado de las leyes de la vida”, ha escrito Petra Löffler.
Uno de sus trabajos más recientes es Balkan Erotic Epic, una serie en la que se incluyen diferentes obras grabadas en video o con soporte fotográfico, en la que indaga en torno a la relación entre el sexo y la muerte. Para ello investigó en torno a los antiguos rituales paganos, que todavía hoy perviven en la cristiana Serbia, y que se utilizan con el fin de “propiciar la fertilidad de la tierra, para pedir lluvias, para la sanación... La energía sexual era transformada para el contacto con las energías invisibles.”, tal y como ella misma explicó en una entrevista en el periódico El País.
Sus obras tienen mucho de ritual, de trascendencia más allá del miedo al dolor físico, de lograr un estado mental y físico que le permita entrar en una dimensión en la que esas limitaciones ya no proyecten ninguna sombra sobre su mente ni sobre su vida. La vida.
hola
ResponderEliminardebo decir que no conocía a esta artista...se supone que una de las máximas del arte es la de sorprender....y en algunos casos choquear....algunas posturas son siempre interesantes
saludos
Sin duda una artista poderosa con capacidad de impacto pero también de reflexión, algo que no es tan sencillo de encontrar especialmente entre los artistas más jóvenes quienes, en ocasiones, buscan más el impacto y se despreocupan un tanto del fondo, de lo que realmente es importante y lo que dará pervivencia a su obra.
ResponderEliminarUn abrazo