Gilda es un guante que se quita con sensualidad. Gilda es una bofetada. Gilda es una canción. Gilda es la historia de dos seres atrapados. Gilda es un drama pasional. Gilda es alguien que tiene problemas con las cremalleras. Gilda es alguien que ama. Gilda es… Rita Hayworth (“Los hombres se acuestan con Gilda pero se levantan con Rita”, llegará a decir con un deje amargo.)
La química que pusieron en pie Rita y Glenn Ford (Johnny Farrel) en esta película la elevaron al Walhalla de los títulos imprescindibles de la historia del cine. Ellos dan vida a dos personajes enamorados el uno del otro hasta el tuétano, tan profundamente que en ocasiones creen odiarse, porque es sabido que los extremos se tocan, y los amores más profundos y los odios más profundos tienen formulaciones que a veces dificultan conocer donde está la frontera.
Son dos personajes a la deriva “rescatados” por el mismo hombre, Ballin Mundson (George Macready), quien será, a su pesar, el catalizador de la nueva toma de contacto entre Gilda y Johnny, después de una tormentosa separación de la que nada sabemos de las causas. Sólo sabemos que la distancia en este caso no es el olvido, sino que los rescoldos del incendio siguen ahí, esperando un mínimo soplo de aire para volver a devastarlo todo con la mayor de las virulencias.
La relación está plagada de emociones, a veces contradictorias, de reproches, resentimiento, pero también de sentimiento, de magnetismo, en una espiral imposible de superar, de polos opuestos que se atraen con una fuerza irresistible, y que se tornará especialmente extraña en un momento determinado. Una relación lastrada por el pasado y por el presente, y que solo cuando el presente desaparezca de sus vidas podrá volver a la normalidad.
Una relación tan azarosa como los juegos del casino, tan oscura como las sombras en las que se mueven, tan dolorosa como la vida, tan amarga como el café, tan magnéticamente peligrosa y tan sensualmente irresistible. Acostumbrados a crearse su propia suerte empiezan a navegar por mares procelosos en los que las arboladuras de sus frágiles naves sufrirán todos los embates posibles, hasta quedar al pairo de fuerzas incontrolables, de tormentas que les sacudirán todas las cuadernas hasta dejarlos náufragos y exhaustos y con la única posibilidad de poner la vista en el horizonte para emprender una nueva singladura, libres de lastres y con todas las velas al viento.
Todo ello en un casino del Buenos Aires de postguerra mundial, con una breve escapada a Montevideo (todo de estudio y decorado), en el que se dan cita una galería de personajes que, en cierto modo, recuerda a la que se puede ver en Casablanca. Caracteres de cine negro con matones toscos, contrabandistas de materias primas esenciales con ínfulas de dueños del mundo, alemanes de oscuro pasado, policías demasiado sensibles para serlo que se sienten cómodos teniendo a la ley de su lado, un más que entrañable Tío Pío que desde su puesto en los baños es el único que lo ve y lo sabe todo y que tendrá un papel decisivo en el desenlace de la historia.
Trama negra, mucha pasión y unos duelos de esgrima dialéctica absolutamente inolvidables, dan a Gilda ese aire de clásico inmortal.
La química que pusieron en pie Rita y Glenn Ford (Johnny Farrel) en esta película la elevaron al Walhalla de los títulos imprescindibles de la historia del cine. Ellos dan vida a dos personajes enamorados el uno del otro hasta el tuétano, tan profundamente que en ocasiones creen odiarse, porque es sabido que los extremos se tocan, y los amores más profundos y los odios más profundos tienen formulaciones que a veces dificultan conocer donde está la frontera.
Son dos personajes a la deriva “rescatados” por el mismo hombre, Ballin Mundson (George Macready), quien será, a su pesar, el catalizador de la nueva toma de contacto entre Gilda y Johnny, después de una tormentosa separación de la que nada sabemos de las causas. Sólo sabemos que la distancia en este caso no es el olvido, sino que los rescoldos del incendio siguen ahí, esperando un mínimo soplo de aire para volver a devastarlo todo con la mayor de las virulencias.
La relación está plagada de emociones, a veces contradictorias, de reproches, resentimiento, pero también de sentimiento, de magnetismo, en una espiral imposible de superar, de polos opuestos que se atraen con una fuerza irresistible, y que se tornará especialmente extraña en un momento determinado. Una relación lastrada por el pasado y por el presente, y que solo cuando el presente desaparezca de sus vidas podrá volver a la normalidad.
Una relación tan azarosa como los juegos del casino, tan oscura como las sombras en las que se mueven, tan dolorosa como la vida, tan amarga como el café, tan magnéticamente peligrosa y tan sensualmente irresistible. Acostumbrados a crearse su propia suerte empiezan a navegar por mares procelosos en los que las arboladuras de sus frágiles naves sufrirán todos los embates posibles, hasta quedar al pairo de fuerzas incontrolables, de tormentas que les sacudirán todas las cuadernas hasta dejarlos náufragos y exhaustos y con la única posibilidad de poner la vista en el horizonte para emprender una nueva singladura, libres de lastres y con todas las velas al viento.
Todo ello en un casino del Buenos Aires de postguerra mundial, con una breve escapada a Montevideo (todo de estudio y decorado), en el que se dan cita una galería de personajes que, en cierto modo, recuerda a la que se puede ver en Casablanca. Caracteres de cine negro con matones toscos, contrabandistas de materias primas esenciales con ínfulas de dueños del mundo, alemanes de oscuro pasado, policías demasiado sensibles para serlo que se sienten cómodos teniendo a la ley de su lado, un más que entrañable Tío Pío que desde su puesto en los baños es el único que lo ve y lo sabe todo y que tendrá un papel decisivo en el desenlace de la historia.
Trama negra, mucha pasión y unos duelos de esgrima dialéctica absolutamente inolvidables, dan a Gilda ese aire de clásico inmortal.
sin duda un gran clásico, con todos los grandes rasgos de buen cine negro, aunque sin duda por lo que pasará a la historia, es por la sugerente escena del guante y por la espectacular belleza de Rita Hayworth,mas allá de su calidad cinematográfica. A los admiradores de esta actriz me permitiría recomendar el film "La dama de Shangai" (Lady from Shangai,1948)dirigida por su entonces marido Orson Welles, donde a pesar de no estar tan bella (por exigencias del guión) la encontramos igualmente arrebatadora.
ResponderEliminarHola Javi. La combinación entre la bofetada y esa especie del striptease que hace Rita, hacen que la película termine de tener ese aire especial y que hace que una película alcance las metas que de otro modo no tendría. Además, claro por algunos de los diálogos que son fantásticos.
ResponderEliminarUn saludo chavalote!!
pasamos a dejartes unos saludoss
ResponderEliminarpasate por el nuestro ya que somos nuevas en estoo
besos
yani,karen y debo
Hola chicas. Me gustaría visitaros pero no sé donde estáis. Veo que tengo una Karenina como nueva seguidora pero no sé cual el vuestro blog concreto.
ResponderEliminarSi me podéis dejar una información más concreta os lo agradezco.
Un abrazo!!
Su estreno en 1947 en Madrid fue el primer escándalo cinematográfico del franquismo. Interpretada por Rita Hayworth, uno de los mitos eróticos de la época junto con Marilyn Monroe y Ava Gardner. Rita protagoniza dos escenas míticas: primero una sugerente interpretación de la canción “Échale la culpa a Mame” (actriz y cantante francesa famosa por quitarse la ropa al final de cada actuación), seguida de un striptease tan explosivo como breve (solo se quita un guante) y después la bofetada que le propinó Glenn Ford, su pareja en el film, aunque en una escena previa ella le había abofeteado a él. La película la hizo tan famosa que su imagen aparecía en la primera de las bombas atómicas que se habían tirado el año anterior en el atolón de las islas Bikini y que dieron nombre al bañador de dos piezas, pues se pensaba que su uso iba a ser “más explosivo que la bomba”. Incluso se enterró en la cordillera de los Andes una copia de la película para que se conservase en caso de un desastre nuclear.
ResponderEliminarRita Hayworth, nombre artístico de Margarita Carmen Cansino, era hija de un humilde bailarín sevillano que emigró a Nueva York, donde ella nació y tuvo que cambiar su nombre y su pelo para quitarse el aspecto latino. Se llegó a casar con Orson Welles y como ella misma decía: “todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo”.
En Madrid, aunque no llegó a prohibirse, la película causó gran escándalo. En el estreno se tiró un tintero lleno a la pantalla y el diario falangista El Alcázar titulaba al día siguiente “la multitud, indignada, entona el Cara al Sol frente al cartel de Gilda”. Fue considerada “gravemente peligrosa” por la Iglesia Católica que la clasificó para mayores de 21 años. Decía que era la más descarnada muestra de inmoralidad proyectada desde el 1 de abril de 1939 en las pantallas españolas, exigiendo que se tomaran medidas implacables contra la película. Según relata Sara Montiel: “a las chicas de 14 y 15 años nos decían que no la viésemos porque iríamos al infierno”.
El obispo de Canarias amenazó con excomulgar a todos los que la viesen; no era de extrañar, pues antes ya había amenazado igualmente a los curas que iban a ver partidos de fútbol. También organizó que se repartieran panfletos en las puertas de los cines, lo que hacía que el morbo fuera en aumento, con la consiguiente decepción, pues Rita lo único que se quitaba era ¡un guante!, escena que los espectadores recordaron como una de las más eróticas del cine. El arzobispo de Granada prohibió proyectarla a los empresarios, a los fieles presenciarla y a los confesores negarles la absolución a los que la vieran. Su estreno en Málaga al año siguiente causó incidentes con lanzamiento de tinteros contra las taquillas y puertas del cine. Estuvo prohibida durante cinco meses al cabo de los cuales se volvió a estrenar sin mayores consecuencias.
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