martes, 7 de abril de 2020

Babylon Berlín 3ª temporada: Todo a punto para el estallido final



No he podido encontrar información fehaciente acerca de si existe la posibilidad de que esta serie espléndida cuente con una cuarta temporada o no (aquí y aquí mis artículos sobre las dos anteriores). Lo cierto es que el cierre de la tercera lo pide a gritos, porque no se limita a poner el broche a muchas de las historias con las que nos hemos apasionado durante tres temporadas, sino que deja puertas abiertas por las que se puede colar perfectamente una cuarta. Algo que no sería malo, porque aún el espectador, al menos ese es mi caso, no tiene la sensación de que se esté estirando el chicle más allá de lo razonable.

Independientemente de que haya continuidad o no, esta tercera campaña mantiene la tensión dramática de las dos primeras, dando continuidad a una trama política que recorre las tres partes de una forma muy poderosa, mientras los personajes son zarandeados de un sitio a otro por fuerzas que sólo a costa de ímprobos esfuerzos es posible plantar cara, pagando, por supuesto, un precio en ocasiones más que caro.


Berlín 1929, hundimiento de la bolsa y el protagonista Gereon Rath, baja las escaleras del edificio tambaleándose, sorteando los cadáveres de banqueros arruinados, sobre un suelo adornado de papeles ahora inservibles. Logra abrir la puerta y es arrollado por una masa enfurecida que reclama recuperar sus volatilizados ahorros. 


Principio y final de un camino que nos va a llevar a adentrarnos en el mundo del cine expresionista, que ya empezaba a dar los primeros síntomas de agotamiento, del hampa, de la política, de los obreros hambrientos y de ambición, mucha ambición de poder, de dinero e incluso, intelectual.


Todos los personajes navegan entre las sombras, las propias y las ajenas, y solo aquellos que consiguen, muy pocos la verdad, tal vez solo una mujer, convertirlo en compañero de viaje aceptado, lograrán mantener la cordura, mientras los demás se ven obligados a luchar contra los propios fantasmas, en muchas ocasiones, con consecuencias trágicas.


Los traumas de la guerra pasada, los luchadores por una endeble democracia acosada por todos los márgenes posibles, se ven impotentes para dirigir una pesada nave que va camino de la destrucción, de caer en manos de las camisas pardas de los nazis, que ambicionan dar a luz una nueva sociedad formada por hombres-máquina, liberados de la pesadez de los sentimientos, con nula empatía y programados únicamente para obedecer las consignas del líder.


Mientras tanto varias actrices fallecen a manos de un fantasma, trasunto de las fuerzas de la oscuridad (memorable la escena de la sesión de telepatía criminal), en medio de una escenografía cuidada hasta el más pequeño de los detalles, reflejando perfectamente el inframundo obrero, el ambiente de la clase media y el de la clase alta, donde los guiños al diseño de la Bauhaus son constantes.


Y el ambiente de los clubes nocturnos, auténticos espacios de libertad, de aceptación del otro, de la diferencia, donde todo el mundo es bienvenido y donde a nadie le importa lo que uno haga, lo que uno sea, o que sexualidad practique. Curiosamente, el ejercicio de la libertad solo es posible en la oscuridad, en lo oculto a plena luz de los focos, o en las celebraciones íntimas. Un último resquicio de libertad antes de que Alemania se hunda definitivamente en las tinieblas del nazismo durante prácticamente década y media. 

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