La identidad individual y
colectiva es un asunto complejo debido a la confluencia de factores culturales,
políticos, psicológicos y ambientales, que se combinan de formas complejas para
dotarnos a cada individuo de una identidad igualmente compleja y en la que no
siempre nos sentimos totalmente identificados. Concepto o subjetividad
especialmente compleja en sociedades en cambio continúo como son las nuestras,
en las que los lugares, los espacios que una vez fueron importantes para
nosotros, que son parte de nuestra memoria más íntima, se transforman, cambian,
y nos descolocan.
En ese concepto de identidad
cambiante se desarrolla una parte del complejo mundo conceptual que desarrolló
Gordon Matta-Clark a lo largo de un periodo artístico muy breve debido a su
prematura muerte a los 35 años de edad. Había nacido en el seno de una familia
de artistas formada por Anna Clark y Roberto Matta, y su mellizo también será
artista.
Arquitecto de formación, profesión
que se negó a ejercer, licenciado en Francia en literatura francesa y conocedor
de las teorías de Guy Debord y los situacionistas, Matta-Clark desarrollo un
complejo universo artístico en el que la arquitectura, considerada como una
escultura con tuberías y el espacio y las relaciones que establecemos con esos
espacios, al lado de toda la resaca qua había dejado tras de sí le eclosión del
pop, el minimalismo y el conceptualismo, genera un entramado artísticamente
calculado para poner en tela de juicio los elementos de las sociedades
capitalistas definidas por el utilitarismo, por no dar valor a la creatividad
sino a la producción industrial y de consumo.
“La auténtica naturaleza de mi trabajo con edificios está en desacuerdo con la actitud funcionalista, en la medida en que esa responsabilidad profesional cínica ha omitido cuestionar o reexaminar la calidad de vida que se ofrece”.
Eso le llevará a realizar
acciones de carácter colectivo, como el asado de un cerdo en la calle, la
crítica al sistema de propiedad comprando propiedades completamente inútiles en
Nueva York por precios ridículos, o a subirse a la Clocktower para realizar
acciones tan habituales como ducharse o afeitarse suspendido en el vacío.
También con muy conocidas sus “cortes de edificios”, acciones en casas o
bloques de viviendas en las que hace cortes longitudinales o abre grandes
boquetes.
“Hay que abrir la casa para que pueda recordar, hay que moverla para poner de nuevo en libertad esos recuerdos. Para abrir la memoria de la casa pondríamos agua por medio, agua que nos apartaría de su visibilidad, que nos desposeería de la seguridad de nuestra intervención sobre los objetos que rodean nuestro cuerpo, ya no viéndolos; porque, ¿qué otra cosa es el dominio —como realización de lo doméstico— sino la costumbre que guía nuestros hábitos útiles, la cristalización de una de aquellas entidades fantasmáticas en siempre la misma reacción apropiada?”
Acciones todas ellas
perfectamente documentadas por medio de dibujos, grabaciones y fotografías, a
través de los cuales se puede seguir todo el proceso convirtiéndose, además, en
obras artísticas que muestran el ansia por deconstruir esos lugares de la
memoria ahora abiertos, ahora convertidos en una nueva experiencia colectiva
sobre la que construir una nueva identidad tan precaria al menos, como esos
edificios, trasuntos, tal vez, de la fragilidad de la memoria o convertidos,
quien saben, en modernos lugares de una arqueología de lo precario, de lo
inestable, de la desmemoria.
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