Creo
haber dejado escrito alguna vez en este blog, aquello de que la semilla que
plantó David Lynch con Twin Peaks, allá por un lejano año 1990 sólo habían
empezado a dar frutos más de una década más tarde. Y después de haber visto
True Detective me reafirmo totalmente en ello, en eso y la frase, de la que no
soy autor, de que el mejor cine actual se está haciendo en la televisión.
True
Detective consigue eso que sólo es patrimonio de algunas series (en mi caso
Twin Peaks, The Wire, Forbrydelsen, Luther, incluso Broadchurch), y es dejar
una sensación de que irremediablemente vamos a echar de menos a esos personajes
convertidos ya en iconos particulares de un Olimpo absolutamente pagano,
habitado por personajes desilusionados, en cierta medida perdedores,
desesperanzados y muy muy cansados.
Aspectos
que encarna con especial intensidad ese Rustin “Rust” Cohle, al que da vida un
magnífico Matthew McCounaghey, con la réplica precisa de Marty Hart, o lo que
es lo mismo, Woody Harrelson. El primero un tipo solitario, con una filosofía
atea y nihilista que choca profundamente con una sociedad del estado de
Luisiana de raíz católica conservadora y con la familia como base fundamental,
aspectos que representa un Marty Hart muy capaz de perder el norte en noches de
alcohol y de sexo infiel.
Ambos
personajes se reúnen en torno a un asesinato de una chica al pie de un árbol
solitario, con evidentes signos de haber sido víctima de un ritual macabro
relacionado con cultos satánicos, rituales de vudú muy enraizados en una suerte
de fuerza telúrica que amenaza a todos los habitantes de una zona muy rural,
pobre, endogámica, en la que la maldad se encarna en el Rey Amarillo y tiene su
macabro escenario en un misterioso lugar llamado Carcosa, referencias ambas a
la literatura gótica.
La
serie nos deja en la memoria una serie de diálogos fascinantes que van saliendo
de una serie de flashbacks que van desde el año 1995 hasta 2012, a través de
los cuales se van desgranando los aspectos de la compleja personalidad de los
protagonistas, de hecho a ratos se tiene la sensación de que el asesinato no es
más que una mera anécdota necesaria para adentrarnos en el interior de los dos
protagonistas absolutos de la serie.
Por
caminos polvorientos que como dice la letra del tema de los créditos iniciales
de la serie, no conducen a ninguna parte, amplios paisajes de pantanos, una
vegetación exuberante y débiles cabañas de madera, el mal cabalga sin control
aún a sabiendas de todo el mundo, y según avanzamos en la trama nos vamos dando
cuenta de lo macabro que es todo, de la dolorosa decadencia moral y física que
puebla ese paisaje.
Sólo
ocho episodios, no sobra ni falta ninguno. Habrá otras temporadas, todas
autoconclusivas y con otros personajes. Grave peligro de que no puedan estar a
la altura. Ya veremos.
“En la eternidad, donde no existe el
tiempo, nada puede crecer, nada puede llegar a ser, nada cambia. Por eso la
muerte creó el tiempo, para cultivar las cosas que matará.” ¿Qué se puede
añadir a esto?
Tendremos muy presente la recomendación.
ResponderEliminarUn abrazo.
!Alfredo! estoy desaparecida desde hace más de dos meses, cosas mías, pero he estado enganchada a "True" cada lunes, de lo mejor que se ha visto. Espero regresar pronto, un besito.
ResponderEliminarBALAMGO: Esta es una serie que tiene mucho que ofrecer y todo muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo!
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NATALIA: ¡Qué alegría volver a tener noticias tuyas! Y espero que se conforme ese vaticinio tuyo de un pronto regreso. La serie, al menos esta primera temporada, colosal.
Un beso!
¡Qué buena está! Es una serie fuera de serie, además las frases que ha tenido la primera temporada sin duda inmortalizaron la historia. En la nueva etapa se ve que se va a poner bueno.
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