Fisiocromías. Ese es el nombre de
una serie de pinturas de este artista venezolano nacido en Caracas en 1923 y
que ha desarrollado buena parte de su carrera artística en la capital francesa.
Una denominación esa de Fisiocromías en la que se dan la mano dos aspectos
fundamentales en la obra de Carlos Cruz-Díez, como son el color y lo físico,
entendido esto último no como el soporte de la obra sino como la relación que
se plantea la obra con el mundo físico que la rodea, especialmente el
espectador.
Y es que es el que mira la obra
quien la modifica, la ve cambiar ante sus ojos, y le termina de dar ese punto
de vida preciso y fundamental para el remate final de una obra que si no fuera
vista, no planteara esa relación con el espectador, sería una obra muerta,
fallida, según lo entiende el propio Cruz-Díez.
Antes de llegar a esos
experimentos cinéticos, el venezolano se había iniciado, pictóricamente
hablando, en los terrenos del realismo allá por los años 50. Un realismo con el
que los artistas pretendían producir una suerte de conciencia acerca de los
problemas sociales que afectaban a sus países respectivos por aquellos años,
muchos de los cuales siguen hoy desgraciadamente vivos.
Esa toma de conciencia social no
llegaba a cristalizar, aún a pesar de que los cuadros se vendían bien como el
mismo Cruz ha reconocido en alguna ocasión, y eso provocaba una sensación de
impotencia que le hizo replantarse la relación entre arte y sociedad. De ese
cuestionamiento de lo propio nacerá el estilo que ha hecho mundialmente famoso
al venezolano al llegar a la idea “de que la gente participara en la creación
de las obras”.
Y de ahí llegaría al mundo del
color, un mundo al que “nunca se le había dado importancia que yo le he querido
dar”. Explicación que Cruz-Díez amplía en el catálogo de una muestra realizada
en el Museo de Bellas Artes de Caracas en 1960, cuando escribe: “Partiendo del
proceso aditivo, he tomado el rojo y el verde como únicos colores primarios, el
blanco como fuente de luz o color con más poder reflectivo y el negro como
negación de la luz. Esta gama aplicada sobre un plano único produce una mezcla
aditiva de colores que, en
realidad, no han sido aplicados. Resulta, pues, un color virtual o subjetivo”.
En una entrevista concedida a
Paola Villamarín, da otras claves importantes para comprender su obra, y dice
que “en lugar de sugerir el movimiento, el espacio y el tiempo sobre un soporte
estático y permanente, nosotros hicimos obras que se desarrollaban, como la
realidad misma, en el espacio. Por eso soy un pintor realista. Los paisajistas
hacen una transposición de una realidad. En cambio, nuestros cuadros son hechos
reales, en ellos está sucediendo una transformación continua de ese soporte”.
El color tiene para Cruz-Díez un
componente afectivo, conocedor de las teorías que relacionan los colores con
los estados de ánimo de las personas, en lo que puede considerarse una suerte
de relación afectiva de tal forma que de las obras de Cruz se pueda decir que tienen
“como soporte el afecto, digámoslo así”.
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