El grupo de teatro La Capacha
puso sobre las tablas del gijonés Teatro Jovellanos, su versión del texto
original de Mario Benedetti, Pedro y el capitán, un texto para dos personajes,
un torturador obsesionado con lavarse las manos cada vez que toca a Pedro, y un
torturado entre los que se termina desarrollando una relación curiosa, una
especie de simbiosis en la que el primero llega a sentir una morbosa
aproximación al segundo a quien considera alguien superior por el hecho de
tener una convicción capaz de sustentarle en los peores momentos de la tortura,
mientras que el torturador no tiene ningún asidero posible en el que asentar su
capacidad para el mal.
Un texto que ofrece recovecos
interesantes, en el que el personaje malvado vive una suerte de viaje personal
desde una amabilidad fingida con el fin de ganarse la confianza de su torturado
y así sacarle la información que necesita, a una necesidad imperiosa de que
Pedro le comprenda, le salve en última instancia de su alma negra.
Los dos actores desaprovechan
lamentablemente las posibilidades del texto, y nos dejan unas interpretaciones
a las que les falta intensidad, vida, energía y uno no termina de creerse la
evolución psicológica del Capitán, ni el sufrimiento que tiene que estar
padeciendo Pedro después de varias sesiones de torturas. Todo queda como
desdibujado, deshilvanado, desde ese inicio que quiere apuntar a que cualquier
persona, si se dan las circunstancias, podemos llegar a convertirnos en
torturadores hasta un final que nos deja como al principio.
No fueron mejor las cosas con Low
cost, la otra obra que pude ver este fin de semana, montaje del grupo Higiénico
Papel alrededor de cuatro amigos reunidos en torno a una mesa para cenar y
organizar un viaje a Amsterdam. En el transcurso de la conversación van
saliendo los problemas laborales de cada uno de ellos: precariedad extrema,
trabajo gratuito, sin cotización social, alimentándose en comedores sociales…,
en fin el pan nuestro de cada día.
Cuatro jóvenes sin futuro
comparten farsa social hasta que la realidad termina por salir a la luz con
toda su crudeza aderezada por un humor ácido que no acaba de serlo del todo,
mientras que el drama tampoco se impone con rotundidad, dejando un montaje a
medio camino, en una tierra de nadie.
El juego de estereotipos desde el
chico gay muy gay, la guapa que piensa que el súper millonario para el que
trabaja va a dejar a su mujer y se va a escapar con ella, un neurótico
antitabaco y la madre responsable, no termina de encajar bien tal vez por
efecto de la maldita crisis. Quién sabe.
Se cambian los papeles, se fascinan torturado por torturador y al revés, siempre ha ocurrido, el mismo papel.
ResponderEliminarLástima que los actores no den la talla, y lástima que es Low Cost acabe en rebajas de tópicos todo a cien.
Besitos.
La verdad es que teatralmente hablando el fin de semana no fue muy lucido, y es que la escena asturiana no pasa por su mejor momento.
ResponderEliminarUn abrazo!!
!Alfredo! lo lamento, se me disparó la entrada antes de tiempo, saldrá mañana por la noche con el relato del jueves. !El rayo eres amigo mío!
ResponderEliminarEn lo del teatro, no pases cuidado, paciencia y ojo avizor como el tuyo, incansable y despierto. Besito