El individuo dentro del contexto
urbano y, por tanto, dentro de las construcciones sociales y mentales que nacen
de esa relación, es una de las bases de las performances de la artista vasca
Itziar Okariz (San Sebastián, 1965), aunque ella prefiere utilizar la
denominación de acciones, ya que considera que alrededor del término
performance hay un componente teatral o de representación que encuentra
limitador.
En todo caso, las acciones
diseñadas por Okariz, documentadas por medio del video y la fotografía casi
como si fueran subproductos obtenidos de la intervención en el espacio, tienen
en la ambigüedad un tono distintivo. Y es que le gusta presentar en ocasiones
el fruto de un proceso sin dejarnos apreciar cual ha sido el camino que se ha
recorrido para llegar al resultado final que vemos.
Eso traducido, en el caso de la
producción videográfica en películas que están al borde de lo narrativo, en las
que los fragmentos son independientes, dando lugar a una multiplicidad de
lecturas originadas por la infinita posibilidad de combinación de los
fragmentos generados por el suceso o acontecimiento que documenta.
A Okariz se la incluye en muchas
ocasiones en la denominación de arte feminista, una etiqueta que no termina de
resultarle cómoda, toda vez que como explica en el texto de su conferencia El cerebro es un músculo, Okariz se autodefine como “ciudadana feminista”, y luego
añade que “no me gusta definirme como artista feminista porque considero que contextualiza
el trabajo en un margen muy estrecho que es el de lo específico”. Eso no impide
que prefiera “el espacio político del feminismo al espacio específico del arte
de mujer”.
En el mismo texto ofrece otra
clave fundamental para entender su proceso creativo al hablar de su acción
titulada Costuras de 9 a 4,50 cm de pelo humano sobre la piel: “Me interesaba
el carácter morboso de la piel, el cadáver, el cuerpo como objeto perecedero,
que se puede manipular o herir. Me interesa lo abyecto como espacio creativo”.
Con los presupuestos artísticos y
subversivos del situacionismo, Okariz superpone la música de bandas de tintes
experimentales como Bush o Siouxsie, cuyos textos le sirven en ocasiones para
poner la banda sonora de sus acciones caso de Red Light, Saltando en el estudio
de Marta. En Ghost Box, toma el irrintzi, esa forma tradicional de comunicación
no verbal entre los valles vascos y que ahora se ha transformado en una
expresión de alegría, y los descontextualiza y cambia de territorio. Se trata de
una acción formada por la grabación del eco producido por los irrintzis en una
zona de Irlanda famosa por sus ecos espectaculares, y luego convertido en
instalación para ser mostrada en una sala museística.
Así se convierte una seña
identitaria ahora convertida en otra cosa, en una seña que ya no pertenece
únicamente a su espacio tradicional sino que ha cruzado todas las fronteras y
que se nos devuelve cargada de nuevos significados.
La escalada, de la mano de una
escaladora profesional, de edificios públicos bajo el título Trepar edificios,
o la acción Mear en espacios públicos o privados, son dos ejemplos del talante
transgresor de Itziar Okariz y del conflicto que plantea con las construcciones
sociales que determinan nuestra identidad personal y colectiva.
Propuesta fuerte y morbosa de esta artista vasca; interasante lo que dice de la piel y el pelo. Un abrazo, Alfredo.
ResponderEliminarNo hay que descartar nada en el proceso creativo, tampoco lo abyecto. En la diversidad la riqueza, y no me extraña que a Itziar le moleste la etiqueta feminista, siempre pesan como losas.
ResponderEliminarBesitos Alfredo.
PACO: La propuesta efectivamente es potente, yo diría que incluso en una onda punk, anarquista, de subversión de las normas socialmente aceptadas.
ResponderEliminarUn saludo!!
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NATALIA: Precisamente es en esos terrenos conflictivos en los que se desarrollan las que a mí me parecen las propuestas artísticas más estimulantes.
Un abrazo!!