“Los artistas llevan la vida que más les place sin que nadie diga nada; pero cuando es una mujer quien lo hace, todos se asombran”.
Esa cita de la artista extraída del libro Mujeres artistas de los siglos XX y XXI, da un indicio claro de la personalidad de una artista que siempre buscó los caminos de la libertad personal y hacerse hueco en un mundo del arte en unos años en los que el peso de los artistas masculinos, en ocasiones, dejaba poco hueco para las mujeres.
A eso la ayudó el hecho de haber nacido en el seno de una familia adinerada de ambiente liberal y en la que creció rodeada de influencias intelectuales. Si su padre era cirujano, su abuela era pintora y su tío era el escritor Herman Hesse. De ahí que cuando tome la decisión adolescente de dedicarse al mundo del arte no encontrara ninguna oposición y su familia entendiera perfectamente que se fuera a París para buscar su camino.
En el artículo que la página web artecreha dedica a esta artista se dice: “En el ambiente excéntrico y apasionado de los surrealistas parisinos de los años treinta, la aparición de Meret Oppenheim supuso un verdadero terremoto para todos ellos. No fue sólo su inteligencia y su formación culta y sofisticada, o su indudable belleza, fueron sobre todo su vitalismo, el ímpetu de su juventud y su reputada desinhibición sexual lo que acentuó aún más si cabe aquel entorno ya de por sí extravagante”.
En el París de los surrealistas muy pronto entrará en contacto con las figuras principales de ese movimiento como Giacometti, Hans Arp, Man Ray (para quien posará en una serie de fotografías de gran sensualidad), Max Ernst y el líder espiritual de todos ellos, Andre Breton. Antes de llegar ahí, las primeras influencias que se pueden detectar en su obra temprana están en Paul Klee.
De su talento y de la casualidad, nacerá uno de los objetos surrealistas por excelencia como es la taza de café forrada en piel. Ella misma contó alguna vez que la idea había surgido una tarde mientras estaba en un café parisino con Picasso y Dora Maar, y el pintor español se fijó en una pulsera de piel que llevaba Openheim echa por ella misma. De esa conversación en la que llegaron al acuerdo de que todo se podía forrar con piel y de la asociación que hizo inconscientemente al pedir al camarero un café con piel, nacería ese objeto tan representativo de la práctica surrealista.
Era el año 1936 y la obra fue bautizada como Juego de desayuno de piel por Breton haciendo un juego con el título del cuadro Desayuno en la hierba de Manet y la obra literaria La Venus de las pieles de Sacher-Masoch, dos obras en dos medios distintos en los que el erotismo es una clave fundamental. Sexo y fetichismo son cuestiones que aparecen en la obra de Meret.
Su estancia francesa se va a ver afectada por la llegada de los nazis al poder en Alemania con los consiguiente perjuicios para una familia judía. La imposibilidad de seguir manteniendo su vida en París al faltar el sustente familiar y la necesidad de poner su vida a salvo, la hizo viajar a Suiza para instalarse en Basilea.
Las décadas siguientes, las de los años 40 y 50 “sus obras reflejan una gran melancolía y se hacen particularmente pequeñas y oscuras, aunque también existe en ellas un especial sentido del humor que la autora nunca perdió, a pesar de las crisis que enfrentaba en su vida privada”, tal y como se recoge en la web swissinfo.
De la misma fuente, recoge este otro párrafo: “Más adelante descubre un nuevo modo de expresión acaso más libre, fino y abstracto. Esto se acentúa en la década de los 70 con sus famosas 'nubes', en las que se destaca una vez más su fascinación por la naturaleza”.
En los años 80 amplía su espectro creativo hacia la escritura con la publicación de una serie de poemas que dieron forma a dos libros, poniendo fin a una carrera que la llevará a ser considerada como una figura central en el arte europeo del siglo XX.
que placer me causa volver a pasear por estos lugares y encontrarme con esta hermosa reseña!
ResponderEliminarun gran abrazo
Interesantisimas las propuestas de esta artista de larga vida, que conoció toda la bohemia artística de los años treinta y cuarenta, con obras que rayan la hilaridad, chocantes por momentos a la vista, pero arriesgadas, atrevidas y rompedoras. Me gustan estas obras casi surrealistas. Buena semana, Alfredo.
ResponderEliminarSONOIO: Una alegría que hayas vuelto a darte una vuelta por estos lares.
ResponderEliminarUn abrazo!!
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PACO: Aquella fue una época de una enorme creatividad, el claro antes de la tormenta de la guerra, y supongo que con ganas de olvidar la crisis de finales de los 20. El caso es que la efervescencia de todo tipo alcanzó cotas muy altas.
Abrazos!!
Le tocó la época explosiva, y se metió en lo surrealista con un toque superlativo femenino muy irónico.
ResponderEliminarMujeres artistas, siiii, pero pocas famosas, en aquellos años alguna despuntó; Tamara de Lempicka, por ejemplo.
Gracias de nuevo Alfredo, besito.
Qué tiempos aquellos....
ResponderEliminarParís era una fiesta, y después.... bueno lo que vino.
Impresionante creatividad y desenfado.
Atrapante artículo nos has dejado.
un fuerte abrazo.
El París de los años 20 y 30 lo tenía todo para acoger la efervescencia artística que se dio en sus calles, lamentablemente cortada por la barbarie como tantas otras veces en la historia.
ResponderEliminarUn abrazo!!