Curiosa la trayectoria de esta artista norteamericana, hija del pintor Kenneth Noland, que en 1983 empezó realizando su obras con “objetos encontrados”, hace su primera muestra en solitario cinco años después, y a finales de los 90 desaparece del panorama artístico según se dice por problemas de alcoholismo.
Problemas personales aparte, Noland refleja en todas y cada una de sus instalaciones la parte oculta de ese “sueño americano” que tanto nos han vendido el cine y la televisión, y nos muestra un mundo de violencia, de desengaño, de conducta patológicas, en medio de una sociedad en la que todo se ha convertido en un elemento de consumo, incluso las propias personas.
Miembros de una sociedad capaz de elevar a los altares del interés público comportamientos sociopáticos, con asesinos en serie convertidos en héroes populares, mientras a otros se les somete a un constante escrutinio público hasta convertirlos en presos de unas convenciones sociales o de unos estilos de vida considerados como “correctos”, y en función de si se siguen o no se puede convertir a alguien en estrella o enviarlo al más duro de los defenestramientos.
“La violencia forma parte de la vida en América y tiene una reputación positiva”, señala Noland en una entrevista en el Journal of contemporary art con Michèle Cone, de ahí la referencia que se puede ver en su obra al asesinato de Lincoln, el de Kennedy, a la niña bien reconvertida en terrorista Patricia Hearst, Lee Harvey Oswald, entre otros.
No escapan a su crítica unos medios de comunicación que contribuyen, y mucho, a la creación de ese subconsciente colectivo violento, con aportaciones fundamentales, y capaces de crear y de destruir reputaciones con igual rapidez.
Noland utiliza en sus obras objetos o imágenes como banderas, fotos de famosos, páginas de medios sensacionalistas, que combina con objetos metálicos como latas de cerveza, esposas, tijeras y otros. Todo ello para intentar transmitir al espectador esa otra parte de la realidad que tiene que ver con como los medios y las grandes corporaciones “distorsionan la realidad y la percepción de las personas”, tal y como se puede leer en rogallery.com.
A finales de los años 80, Noland empieza a reflexionar, en algunas de sus esculturas e instalaciones, en el concepto de lo masculino que subyace en el american way of live, a través de unas obras en las que las latas de cerveza Bud adquieren un protagonismo absoluto. Obras en las que se pueden ver presupuestos que las vinculan con el Pop Art, pero también con el Minimalismo o el Post Minimalismo, algo que se mantiene en toda su producción posterior.
Noland es uno de los máximos exponentes de la escultura pop e, incluso, del minimalismo escultórico. Su obra tiene algo que le hace ser diferente. A mí particularmente, me gusta. Un cordial saludo, Alfredo.
ResponderEliminarYo también la encuentro interesante. Esa combinación de pop y minimalismo la hace especialmente atractiva, añadiendo, además, toda la carga crítica subyacente.
ResponderEliminarBuen puente!!
Interesante, por supuesto a tener en cuenta. No me atrae, aunque encuentro alguna de tus imagenes con cierto atractivo visual, seguramente lo más importante es el mensaje que intenta trascender. A tener en cuenta por mi: la visión masculina, machista del sistema americano y su forma de expresarlo a partir de la utilización en sus obras de latas de cerveza.
ResponderEliminarUn abrazo para tí y también para Paco, ubicado ut supra.
a mí me fascina no sé que le encuentro pero me deja en silencio siempre
ResponderEliminarabrazo