domingo, 19 de septiembre de 2010

Nadie sabe nada de gatos persas (Kasi az gorbehaye irani khabar nadareh, Bahman Ghobadi, 2009)


A medio camino entre el documental y la ficción, esta cinta del kurdo iraní Bahman Ghobadi, nos dibuja una realidad sobre su país que uno desde este occidente nuestro, no sería capaz ni de imaginar. Y es que Ghobadi recorre las azoteas, los subterráneos, los callejones, los descampados de las afueras de Teherán para mostrarnos el panorama al que se enfrentan cada día los músicos jóvenes que tienen su referencias musicales en occidente.

Por la película van desfilando grupos de rock Indie, de jazz, de blues, de rap, de música tradicional, de todos los estilos posibles y mostrando que en la escena necesariamente underground de la capital iraní, se esconde una enorme riqueza musical que necesita salir a la luz.


En el régimen de los ayatollahs toda la música que no sea religiosa está prohibida, las mujeres no pueden cantar a no ser que lo hagan en grupo, y la policía hace redadas en los conciertos, se encarcela a los músicos, se les da una paliza o ambas cosas a la vez. En ese panorama represivo se mueven los tres protagonistas principales de la película, Ashkan y Negar, una pareja que intenta formar un grupo para viajar a Inglaterra para participar en un festival, y el que podríamos considerar su manager, Nader.

Los tortuosos caminos de la burocracia del régimen iraní, que les prohíbe tener pasaportes para salir fuera del país, negándoles, además, permiso para dar conciertos en público y para grabar un disco, les llevan a adentrarse por los caminos de la clandestinidad y forzar sus ahorros para poder pagar unos papeles que serán su visado hacia la libertad musical, porque su intención es la de regresar al país una vez celebrado el concierto.


Los tres empezarán a recorrer la escena musical de la capital, para encontrarse con músicos a los que denuncian los vecinos, incluso los niños, que se ven obligados a esconderse donde nadie les pueda oír, y a dar conciertos en los que al público se le avisa unas pocas horas antes para evitar la redada policial. Incluso los hay que ensayan en una nave con vacas.

A lo largo de la cinta se van sucediendo los grupos, a los que el director monta una especie de video clip para cada uno, a lo largo de los cuales vamos viendo los fuertes contrastes de una ciudad en la que podemos ver edificios tremendamente modernos, plagada de antenas parabólicas, mientras en los callejones se dan cita la miseria y la pobreza, con personas que duermen en la calle, en medio de una basura que comparten con legiones de ratas.


Ghobadi, que con esta película logró un premio en el festival de Cannes, no recurre al tono panfletario y simplemente nos va poniendo las cosas delante para que veamos la realidad y cada uno se forme la opinión que le parezca mejor y, tal vez por eso, las injusticias a las que se enfrentan los protagonistas hacen que nos pongamos aún con más convicción de su lado.

Censura gubernamental que también llega al mundo del cine, y a esta cinta en concreto, también. De ahí que el cineasta la colgara en Internet para que pudiera ser vista en el interior de un país que no duda en enviar a sus creadores, sean del ramo que sean, a la cárcel. “El 90% del arte producido en Irán es clandestino”, ha dejado dicho Ghobadi en alguna ocasión, y su propia mujer, guionista de la película, tuvo que pasar cinco meses en prisión.

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