Representante de esa generación de artistas británicos a la que agruparon bajo la etiqueta de YBA (Young British Artists), con gente como Tracey Emin o Damien Hirst, por citar sólo dos, Cecily Brown se diferencia un poco de todos ellos en que utiliza la pintura como vía de expresión. Hija de un afamado crítico de arte británico David Sylvester, defensor de la obra de Lucien Freud o Francis Bacon, algo de cuya forma de pintar está en la base de los trabajos de Brown.
Obras que caminan por senderos transitados por el expresionismo abstracto, la abstracción pero sin dejar de lado la figuración más o menos clara, una figuración que se ha ido diluyendo con el paso de los años, ya que los seres humanos que representa, con el paso del tiempo, se han ido fundiendo cada vez más con el fondo que los acoge de tal forma que parece que o bien nacen directamente de ese fondo, o mantienen una lucha por su propia supervivencia, por asomarse al exterior, por comunicarse con nosotros.
Personas en pleno acto sexual en muchas de las ocasiones, captadas en instantes de frenesí, de éxtasis, ajenas a lo que ocurre a su alrededor, y tomando como punto de vista del placer el de la mujer, el deseo femenino, y tal parece que el paisaje está conformado por esa espiral de deseo en el que se funden los cuerpos, en la que todo se diluye y se vuelve fluido.
Tema que ha ido evolucionando también a lo largo de los años, desde unos inicios en los que todo era mucho más evidente con penes de buenas dimensiones, masturbaciones o actos sexuales muy explícitos, que han ido evolucionando hacia una mayor sutileza en las situaciones. Sobre su obra se ha escrito que siente “interés por la ferocidad del instinto sexual y los dramas inherentes a la naturaleza, así como por la representación de órganos genitales como ornamentos naturales”.
A este respecto, José Ignacio Aguirre, en el periódico El Mundo, escribió: “Cecily Brown le da vuelta a la representación erótica en la pintura, que hasta ahora ha contado con una visión exclusivamente masculina. Así, presenta a la mujer y al hombre bajo la misma ley del deseo incontrolable, pero tal y como los observaría una mujer. Sus visiones eróticas suelen aparecer en la naturaleza, en jardines contagiados por el espíritu de una orgía o una masturbación. Las figuras pueden estar representadas con mayor o menor evidencia, pero siempre bajo una lluvia de brochazos propia del expresionismo abstracto”.
“Brown transforma la rudeza en sensualidad, la violencia en glamour”, según afirma Nicola Trezzi en el artículo The aura o fan expanded painter, publicado en la revista Flash Art en 2008. Pero no sólo de sexo vive la obra de Brown, ya que en otras ocasiones introduce animalitos o pinta paisajes en los que predomina la nota de humor, y reconoce deudas pictóricas con personajes como Goya, Poussin, de Kooning o Joan Mitchell, entre otros.