Dentro de las actividades de PhotoEspaña 2008, la galería madrileña de Soledad Lorenzo tiene abierta una exposición con la obra del vallisoletano Ángel Marcos. Concretamente, se trata de una serie de fotografías que tienen como protagonista a esa ciudad imposible que es Las Vegas, nacida de la nada en medio de un desierto y que se ha convertido en una meca laica para todos los adoradores del neón fantasmagórico, de las alegorías de lo kitch, y de los seguidores de placeres efímeros resueltos en un presente que no tiene salida hacia ninguna parte.
Un lugar en el tener la ilusión de que se puede perder todo y se puede seguir manteniendo la dignidad, en el que poder ponerse las luces de neón como ropaje glamoroso que esconda las vergüenzas propias y ajenas, una ciudad que siente un horror patológico al vacío, donde todo es excesivo, ampuloso, de un gusto barroquizante empachante. Unas fotografías en las que la figura humana está ausente o convertida en reclamo de placeres efímeros, inciertos, por los que transitar rápidamente, al ritmo de una ruleta que gira sin detenerse en ningún momento.
Una ciudad sin memoria anclada en un presente permanente, que pone el temblor en la punta de los dedos de unos visitantes que van en busca de su particular tierra prometida, del gran premio de sentirse elegidos por esa pagana divinidad que marca la ley en esa tierra de frontera: el azar. Nada es real, todo está regido por el azar en un territorio propicio para el desconcierto y donde todo se ha convertido en un simulacro de la propia sociedad de consumo.
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