miércoles, 30 de julio de 2008

Jeff Koons (York, Pennsylvania, 1955)


Lo kitch y lo monumental se dan la mano en la obra de este artista que primero trabajó como corredor de bolsa, así que el binomio que forman la obra de arte y el mercado no es algo en absoluto desconocido para un Koons que no duda en utilizar los servicios de una agencia de publicidad para comercializar su imagen, y que ha llegado a decir que “en esto del arte, no importa mucho si convences o no a los críticos. Ellos no tienen un millón de billetes para comprarte una bonita escultura”.

Koons entra por la puerta grande del mundillo artístico en la década de los 80, con una exposición titulada The New, abierta en 1980, en la que se combinaban unas aspiradoras colocadas en vitrinas iluminadas con neones, balones de baloncesto flotando en acuarios y finas porcelanas en las que representaba a personajes como Michael Jackson y la Pantera Rosa. Eso ya nos pone sobre la pista de otras características habituales en las obras de Koons, como es la apropiación de elementos procedentes de la sociedad de consumo, a los que se dota de grandes dosis de sentido del humor y de ridículo, además de unos acabados sorprendentes.



Son obras que conectan de una forma muy directa con una masa de espectadores desconcertados ante el arte contemporáneo, y que en las piezas de Koons encuentran elementos reconocibles, con los que pueden comunicarse porque comparten los mismos canales que utilizaría la publicidad en esta sociedad del ocio y del entretenimiento en la que priman los aspectos puramente visuales. Sería la máxima ridiculización de un gusto burgués excesivo que intenta ocultar su paupérrima estética con afeites que no resisten el más mínimo acercamiento. La obra de Koons tiene algo de duchampiana, de ese espíritu dadá que utiliza el humor más ácido como elemento para sacudir conciencias, combinado con elementos propios del pop, pero también del minimalismo, para producir objetos desconcertantes.


Una obra totalmente excesiva, para la que toma elementos extraídos de los medios de comunicación de masas, de la publicidad, combinados para obtener un resultado muy alejado de sus orígenes. Imágenes en las que se toma partido por los elementos hedonistas, por el deseo sexual, la moda, la diversión, valores todos ellos que se nos transmiten de forma constante a través de la publicidad. Si utilizáramos la dicotomía propuesta por Humberto Ecco de dividir a la sociedad entre apocalípticos (aquellos que sólo ven los aspectos oscuros de la cultura de masas) e integrados (los que aceptan esa cultura), la obra de Koons entraría de lleno en la segunda de esas categorías, incluyendo la comercialización del producto artístico. 


Esa apariencia de banalidad que se aprecia en la obra de este artista, no deja de contener un elemento de fondo bastante inquietante. Y es que nos pone frente a frente con nuestra propia banalidad, con lo insustancial que se ha vuelto todo, con la invasión de lo kitch (no hay más que ver las tiendas de recuerdos para turistas), con lo vacía que se han vuelto nuestras sociedades occidentales, sobre la impostura que sostenemos todos los días y en la que intentamos reconocernos mientras miramos hacia otro lado para no ver el abismo. Eso nos lo pone Koons ante nuestros ojos y además a escala monumental, para que lo veamos bien, para que no podamos mirar para otro lado, mientras recibimos el mensaje de que no hay nada por lo que preocuparse, que todo va a seguir siendo tan banal como siempre, y por ese lado no tenemos nada que temer.

4 comentarios:

  1. Así que no hay nada de qué preocuparse....menos mal!!!!
    Como siempre, me voy con mucho de aquí. saludos.

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  2. El arte como industria y negocio, este tio es un vivales.

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  3. CASANDRA: Gracias. El mensaje ese tiene un lado perverso que sí que mete miedo.

    Abrazos!!

    *************

    COMANDANTE: Todo está invadido por el concepto capitalista de mercancía. Se compra, se vende, y todo tiene un precio, lo que no tiene siempre relación con el valor que es otra cosa.

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  4. "La obra de Koons tiene algo de duchampiana, de ese espíritu dadá que utiliza el humor más ácido como elemento para sacudir conciencias" Entonces, de repente, digo, el fin no justifica los medios? de una forma comercial e interesada, hace pensar un poquito al público menos selecto, lo sacude, y tal vez logre lo que las elites no consiguen....siempre hay algo positivo aun en lo más bulgar y mezquino, mercenario, interesado. Tal vez no entendí nada y simplemente me fui en divagues.... saludos.

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