Mustang Sally
Dark end of the Street
Try a Little Tenderness
En Limb’s I, se coloca a los bailarines en un escenario abstracto, negro, roto por una gran estructura rectangular blanca, apoyada en el suelo por uno de sus ángulos, y que con su movimiento se convierte en un bailarín más. Estructura amenazadora que condiciona los movimientos de los bailarines, solos o en grupos, que se cruzan, se contraponen, viven y nos cuentan. No hay palabras, no son necesarias, la vida fluye, se alimenta y, nada más y nada menos, vive. Lo abstracto del espacio coloca y descoloca al mismo tiempo, pero también da libertad y desnuda la esencia de un movimiento de cuerpos llevados al límite, a una tensión que tiene mucho de barroca en algunos momentos, pero nada se confunde, todo está claro en medio del paroxismo, nada emborrona el cuadro que los cuerpos dibujan con sus efímeras pasadas por el espacio.
La armonía en negro se rompe en Enemy in the figure, donde ya entra el blanco y se introduce un elemento escenográfico de madera (me recordaba a las eses de Serra). Aquí todo es violencia, no se da descanso al espectador, ni la música ni los bailarines tienen piedad de nada ni de nadie, hasta el punto de que parecen buscar la huida de sus propios cuerpos. Aquí el juego de luces es fundamental, a veces iluminan y otras oscurecen, dejan a los bailarines en un contraluz que obliga al espectador a poner lo que falta para completar la escena. Parece no haber salida, probablemente porque tampoco hay un lugar al que ir.
Limb’s II cierra la trilogía de una composición que no tiene un hilo conductor definido, ni un climax cerrado, lo que termina de contribuir a la sensación que tiene el espectador de que en todo ello hay un algo inaprensible, algo que se nos escapa al entendimiento, y entonces surge la pregunta: ¿qué es lo que hay que entender?. El referente visual que salta inmediatamente a la vista en esta parte final, es el que marcó el cine del expresionismo alemán, en un ambiente que, al mismo tiempo, tiene un componente futurista. La linealidad ya está definitivamente rota, los bailarines siguen con sus movimientos convulsos, rotos, siempre en tensión, de movimientos irreales en un espacio tan incierto que no sería descabellado del todo, hablar del no espacio.
Después de mantenernos en tensión permanente, de repente la música se convierte en un simple sonido metálico que se repite con intensidad decreciente, hasta que de repente las luces se van y el telón cae, generando un momento apabullante, que nos deja a todos al borde de un abismo por cuyo filo nos han estado llevando durante toda la representación.
"Disolverse. Dejarse evaporar. El movimiento está en relación directa con vuestra facultad de evaporaros realmente. Bienvenidos a lo que creéis ver". (William Forsythe)
Hacía tiempo que quería ver esta película, y por una o por otra, no había podido verla hasta hace unos pocos días, y tengo que decir que la decepción que me he llevado ha sido de tamaño mayúsculo. Y es que teniendo entre las manos una historia real con un enorme potencial, el director acaba por convertirla en poco menos que un folletín desteñido, desprovisto del menor vigor narrativo, con unas actrices (excepción hecha de Pilar López de Ayala y de Goya Toledo, las dos a un gran nivel) que naufragan en un mar de personajes desprovistos de matices, de fuerza, de interés en última instancia, algo que se puede trasladar a sus compañeros masculinos.
Película timorata para unas mujeres con una historia personal que hubiera merecido mucho más.