Aunque pudiera parecer extraño asociar erotismo a frialdad, eso es lo que está en la base del trabajo del fotógrafo de origen alemán Helmut Newton (Berlín, 1929 – Los Ángeles, 2004), frialdad que no le resta ni un ápice de sensualidad ni de sexualidad a sus fotos, sino más bien al contrario, al colocarnos ante unas mujeres distantes que nos miran desde la lejanía, desde un mundo de mujeres libres, independientes, conscientes de su feminidad y de la turbación que provocan, y orgullosas de ello desde una seguridad y una determinación totales.
Las mujeres de Newton están orgullosas de serlo, se saben poderosas y no tienen miedo de mostrar ese poder, incluso en situaciones que tienen que ver con la dominación (el dominado, aunque pueda parecer paradójico, es el que tiene el poder porque decide hasta dónde y por quién). Mujeres por lo general vestidas de forma exigua y con joyas caras, bien maquilladas y subidas sobre altos zapatos de tacón. Todo ello las dota de un fuerte aire fetichista, son seres lejanos, dotados de una gran frialdad, pero de los que, al mismo tiempo, emana una sensación de poder que las hace irresistibles, y que nos deja atrapados irremisiblemente en la telaraña que el fotógrafo ha logrado urdir después de un largo proceso de elaboración.
A eso hay que unir la doble influencia de su hermano Hans en la construcción del imaginario que luego sería clave en su trayectoria como fotógrafo. La primera fue involuntaria a través de la revista Das Magazín, de la que Hans era lector asiduo, una publicación en la que todos los meses aparecía una mujer desnuda, con zapatos de tacón y medias sin ligas ni ligeros. La segunda, recuerda Helmut, fue un día cuando éste tenía 7 años y estaba dando un paseo por Berlín con Hans y le presentó a distancia a la famosa prostituta Erna La Roja, sobrenombre que le venía de su pelo pelirrojo y que acostumbraba a vestir botas rojas de montar y una fusta. Esa fue la introducción de Newton en el lado pecaminoso de las calles del Berlín de los años 30.
Fantasías que Newton traslada a escenarios naturales, a las calles que le recuerdan a aquellas del Berlín de su adolescencia en las que veía a las prostitutas buscar clientes, calles apenas iluminadas a las que la noche despoja de miseria y las eleva a la categoría de espacios llenos de misterio, en los que cualquier cosa puede ocurrir. Calles que se han visto en el cine alemán de entreguerras, puentes, pasos subterráneos, estaciones de tren o de metro, son el escenario en el que sueños, deseos y fantasías pasan a formar parte de la realidad, se hacen corpóreas de tal forma que ya no podamos escapar de ellas, obligándonos a enfrentarnos con las fuerzas que mueven el mundo que se oculta debajo de nuestra piel, un mundo de pasiones colectivas y de deseos sublimados.
Historia de O, la famosa novela que durante muchos años estuvo prohibida en numerosos países por la descripción que hace de actos de sadismo y masoquismo, forma parte del universo de influencias que reconoce Helmut Newton, en el que también tiene cabida el fotógrafo Brassai, a quien consideraba el maestro de la luz nocturna, de las calles de París, los paisajes urbanos de noche y los interiores de burdel.
MILA-MORES: Estoy de acuerdo contigo en que el cuerpo de la mujer tiene una belleza especial, que luego fotógrafos como este convierten en un esteticismo fantástico, elevando mucho la feminidad que todas teneis hasta convertirla en arte.
ResponderEliminarAbrazos!