Premiada con la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en el año 2004, Carta de una mujer desconocida es una historia de amor hermosamente triste que se desarrolla en la convulsa China de los años 30 y 40, tomando como base una novela de Stephen Zweig titulada Carta de una desconocida que ya había sido llevada al cine en 1948 por Max Ophüls. Xu Jinglei adapta, dirige y da vida al personaje femenino central.
En 1948 China está viviendo un momento crucial de su historia contemporánea, ya que el país está sumido en una guerra civil que va a modificar radicalmente el rumbo de su devenir histórico. En medio de las ruinas de la guerra, un hombre recibe una carta sin remitente. La abre y ese simple gesto traerá a sentarse a su lado un pasado nunca recordado, un pasado desparecido en la neblina del olvido y que ahora toma una corporeidad absoluta para no volver a marcharse nunca más.
En 1948 China está viviendo un momento crucial de su historia contemporánea, ya que el país está sumido en una guerra civil que va a modificar radicalmente el rumbo de su devenir histórico. En medio de las ruinas de la guerra, un hombre recibe una carta sin remitente. La abre y ese simple gesto traerá a sentarse a su lado un pasado nunca recordado, un pasado desparecido en la neblina del olvido y que ahora toma una corporeidad absoluta para no volver a marcharse nunca más.
Cuenta la historia de un amor hecho de casualidades, transformado desde un ímpetu casi infantil hasta una madurez adulta, desde el hechizo hasta la pasión, un amor tan convulso y azaroso como el propio contexto histórico en el que se desenvuelven los personajes, una jovencita de clase humilde y un escritor y periodista de renombre y gustos refinados y occidentales.
Un amor que también se hace de renuncia, de lejanía, de tiempo, que crece con la distancia y el recuerdo, entregado absolutamente al objeto amado, un objeto que llega a hacerse real pero que luego se escapa entre los dedos, a pesar de los esfuerzos por mantenerlo pegado a la piel.
Una historia de final triste que habla de momentos, de esos que son los más felices pero que también son los más angustiosos, de interiores llenos de luz, de flores blancas que marcan el paso del tiempo y que piden mantener vivo el recuerdo, y sólo cuando el florero aparezca vacío sabremos que el tiempo del amor ya ha pasado. Ya es demasiado tarde, las palabras escritas convierten al sentimiento en algo aún más profundo si cabe.
Una película de extrema sensibilidad, de silencios cargados de intenciones, de palabras que nadie pronuncia porque se saben innecesarias, en esos momentos en los que hay que dejar que las miradas, los gestos, los cuerpos, dejen de lado la imperfección de las palabras y se dejen sentir, hablar con el lenguaje más profundo que existe y con el que no podemos mentir.
La alegría por el reencuentro se troca en tristeza, en olvido (los que se van, cuando vuelven lo han olvidado todo) y lo que por un momento parece posible termina estropeándose por la torpeza, la falta de memoria. El anciano es el único que recuerda, el único que mantiene viva la memoria, el que sabe y en unos segundos preciosos todo eso se pone de manifiesto sólo con las miradas y unas parcas palabras en un momento de extrema belleza.
La habitación ya no nos parece suntuosa, ni llena de luz como antaño. Ahora las sombras se han apoderado de la estancia, parece fría, decadente, y por ella camina una sombra de ser humano, una persona rota que camina sin rumbo (ya no hay a dónde ir) con el pasado a su lado y con la derrota esperando detrás de la próxima puerta.
Las rosas ¡ay! las rosas. "Sólo te tengo a ti, aunque tú no lo sepas".
Un amor que también se hace de renuncia, de lejanía, de tiempo, que crece con la distancia y el recuerdo, entregado absolutamente al objeto amado, un objeto que llega a hacerse real pero que luego se escapa entre los dedos, a pesar de los esfuerzos por mantenerlo pegado a la piel.
Una historia de final triste que habla de momentos, de esos que son los más felices pero que también son los más angustiosos, de interiores llenos de luz, de flores blancas que marcan el paso del tiempo y que piden mantener vivo el recuerdo, y sólo cuando el florero aparezca vacío sabremos que el tiempo del amor ya ha pasado. Ya es demasiado tarde, las palabras escritas convierten al sentimiento en algo aún más profundo si cabe.
Una película de extrema sensibilidad, de silencios cargados de intenciones, de palabras que nadie pronuncia porque se saben innecesarias, en esos momentos en los que hay que dejar que las miradas, los gestos, los cuerpos, dejen de lado la imperfección de las palabras y se dejen sentir, hablar con el lenguaje más profundo que existe y con el que no podemos mentir.
La alegría por el reencuentro se troca en tristeza, en olvido (los que se van, cuando vuelven lo han olvidado todo) y lo que por un momento parece posible termina estropeándose por la torpeza, la falta de memoria. El anciano es el único que recuerda, el único que mantiene viva la memoria, el que sabe y en unos segundos preciosos todo eso se pone de manifiesto sólo con las miradas y unas parcas palabras en un momento de extrema belleza.
La habitación ya no nos parece suntuosa, ni llena de luz como antaño. Ahora las sombras se han apoderado de la estancia, parece fría, decadente, y por ella camina una sombra de ser humano, una persona rota que camina sin rumbo (ya no hay a dónde ir) con el pasado a su lado y con la derrota esperando detrás de la próxima puerta.
Las rosas ¡ay! las rosas. "Sólo te tengo a ti, aunque tú no lo sepas".
Yo nosé...como hacés para contar tan lindo las cosas.... dan ganas de ir a ver todo lo que decís!! jejeje.......
ResponderEliminar¡Besooss!
Gracias. Me alegro que te gusté como cuento las impresiones que me causan las cosas que veo. Esta película me permito la arrogancia de recomendarla a todo el mundo. Sentimientos en estado químicamente puro. Una delicia.
ResponderEliminarAbrazos!!